Futbol, salarios e igualdad
Las mujeres no juegan en los mismos estadios, no tienen los mismos servicios médicos ni gozan de las mismas prestaciones que los hombres. Aquí el lenguaje sexista y las prácticas discriminatorias persisten con más arraigo que en otros lados.
Hace un par de semanas, la federación estadounidense de futbol se comprometió a pagarle lo mismo a las integrantes del equipo femenil que al varonil. Este compromiso, que incluye además el pago de un monto de 24 millones de dólares, es una victoria concreta pues implica que las jugadoras van a recibir un salario acorde a su trabajo, pero también es un triunfo simbólico porque cuestiona los prejuicios sobre los cuales se construye toda la diferencia salarial entre hombres y mujeres en todos los campos: que los hombres son mejores, que las mujeres no son confiables, que los hombres son más interesantes, más inteligentes, más capaces, y que a las mujeres hay que hacerles espacio sin compararlas con sus pares masculinos; que los hombres son una inversión y que las mujeres son un gasto, etcétera.
El futbol es un espacio –no el único– en el que se sostienen condiciones particularmente desiguales. Las mujeres no juegan en los mismos estadios, no tienen los mismos servicios médicos ni gozan de las mismas prestaciones que los hombres. En el mundo del futbol, el lenguaje sexista y las prácticas discriminatorias persisten con más arraigo que en otros lados. Es verdad que ha habido avances, tanto a nivel global como a nivel local. La creación de la liga femenil en México es el logro más importante de los últimos años. El problema viene cuando, ante la profunda desigualdad salarial, la respuesta es que las mujeres debemos estar “agradecidas” con la creación de la liga y que hablar de igualdad salarial está prohibido, y se mira incluso como una traición.
Este fenómeno no es desconocido, sino que se repite en distintos ámbitos y con distintos grupos. Me explico: lo que subyace a la discriminación estructural son las relaciones desiguales de poder. Los grupos dominantes tienen privilegios que conciben como justos (de ahí que la idea de la meritocracia tenga arraigo aún en los contextos más adversos) y los grupos dominados y subyugados viven en condiciones poco propicias a la movilidad social y a superar las múltiples barreras que enfrentan. El ciclo de la discriminación implica que el grupo dominante –los hombres–, además de sus privilegios, quiere gozar de buena reputación. Esto es crucial para la supervivencia de la condición de privilegio: mientras la percepción colectiva sea que la sociedad es meritocrática, nadie va a cuestionar seriamente que unos estén arriba y otras estén abajo. Por eso, el primer acto de dominación es mantener en la categoría de tabú algunos temas que son particularmente amenazantes. Que no se atreva el grupo dominado a señalar una desigualdad, porque el sistema –grupo dominante– se va a encargar de cobrarle cara esa factura. Es decir, existe una cultura de ‘mejor ni le muevas’.
Esa es mi percepción del caso de los salarios desiguales entre hombres y mujeres en el mundo del futbol en nuestro país. No se ve un movimiento articulado y mucho menos una acción legal de las mujeres para combatir la desigualdad. Porque como dice el dicho, no hay loco que coma fuego, y el riesgo para las futbolistas de enfrentarse tan radicalmente a sus clubes es enorme.
¿De dónde, entonces, puede venir el cambio?
En mi opinión, el cambio vendrá de tres lugares: primero, de la opinión pública, porque de manera creciente la afición es mixta y la población mexicana está cambiando de piel. Las y los jóvenes tienen menos prejuicios y más compromiso con la igualdad. Desde la sociedad hay una mayor exigencia de participación de las mujeres cada minuto que pasa. En segundo lugar, ese mismo público exige a las empresas patrocinadoras que mejoren sus estándares, con lo cual los clubes tendrán que alinearse a los intereses comerciales de sus patrocinadores. No será sostenible hacia adelante que sigan financiando un deporte que discrimina a las mujeres. En tercer lugar, el cambio vendrá de las buenas prácticas internacionales. El triunfo de las futbolistas estadounidenses anticipa un viento de cambios que tomará su tiempo pero llegará a soplar en todas partes. La pregunta es si el ecosistema del futbol mexicano se puede anticipar y plantear una visión de futuro que tenga un horizonte de igualdad. Hacia allá vamos. El camino puede recorrerse de forma estratégica o dando tumbos.