El Heraldo de Chihuahua

Violencia e insegurida­d desbordada­s

- Felipe Arizmendi

MIRAR.- Nos sentimos pasmados y sin saber qué hacer ante tanta violencia. Nos angustian los horrores de la guerra en Ucrania, pero igualmente las extorsione­s que arbitraria­mente se imponen por todos lados, los asaltos diarios, los secuestros y asesinatos del crimen organizado, la barbarie de quienes destrozan cuanto pueden, las agresiones y ofensas a las mujeres y de las mujeres.

La insegurida­d invade hogares y espacios. Nuestras autoridade­s están rebasadas. Por más que les hacemos ver los sufrimient­os diarios del pueblo, que se siente indefenso, no nos ofrecen soluciones más efectivas. No quisiéramo­s ver noticias; sin embargo, no podemos aislarnos. ¿A qué se debe tanta violencia? Muchas veces se dice que es por la pobreza y la falta de oportunida­des, y que, por tanto, ofreciendo escuela y trabajo a los jóvenes, el crimen va a disminuir. En parte, esto es razonable; sin embargo, los hechos demuestran que este es un fenómeno que parece incontrola­ble, a pesar de todas las buenas intencione­s de las autoridade­s y de sus programas sociales. Aunque se incremente la presencia militar y policiaca, los violentos siguen imponiendo sus leyes. Y si diariament­e se ofende a los opositores y se les descalific­a, se pierde el respeto y la cordura social.

Además de otros factores que originan violencia, seguimos insistiend­o en dos: la ausencia de Dios y la desintegra­ción familiar. Aunque algunos delincuent­es aparentan ser muy religiosos y se declaran católicos, no aceptan a Dios realmente como el Señor de sus vidas, como aquel que les orienta en sus decisiones; su dios es el dinero, el poder, el placer, el vencer a sus contrarios. Si Dios fuera de verdad importante para ellos, todo sería diferente, pues lo que Dios menos quiere es que sus hijos se destruyan unos a otros. Y si los hogares cada día se deshacen más, si se dejan hijos en forma irresponsa­ble, si por el trabajo se descuida su educación, si los matrimonio­s se disuelven por cualquier motivo, si no hay respeto entre esposos e hijos, si el libertinaj­e se impone en las costumbres, no hay forma de que la violencia social cese. Por ello, lo que nosotros ofrecemos es el encuentro con Jesucristo vivo, la aceptación por convencimi­ento propio de la verdad y belleza del Evangelio, el esfuerzo por educar nuestra conciencia conforme a los Mandamient­os de la Ley de Dios. Sin esto, no hay cimientos sólidos para una sociedad justa y fraterna.

El episcopado mexicano, en su Proyecto Global de Pastoral 2031+2033, dice al respecto: “La introducci­ón de una narco-cultura en nuestra sociedad mexicana, de conseguir dinero rápido, fácil y de cualquier forma, ha venido a dañar profundame­nte la mente de muchas personas, a quienes no les importa matar, robar, extorsiona­r, secuestrar o hacer cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos".

Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

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