Tras las pistas de la poeta olvidada
Conozcamos un poco acerca de la escritora, periodista y abogada chihuahuense, cuyo trabajo dedicó a la defensa de los derechos de las mujeres, así como de los infantes LAS PEONAS, TEXTO DE CARMEN
Carmen Vilchis Baz fue una escritora, periodista y abogada chihuahuense, cuyo trabajo dedicó a la defensa de los derechos de la mujer y del niño. De su vida, quedan pocos rastros. Se sabe que su periodo de actividad literaria y periodística fue entre los años cuarenta y cincuenta. De ese tiempo encontramos colaboraciones, primero, en la Revista Cultura de Chihuahua y luego a la revista costarricense El Repertorio Americano, donde colaboró asiduamente con otros poetas como Meira Delmar, Pablo Neruda y Emilio Abreu Gómez. Se unió al Ateneo Mexicano de Mujeres, donde gana un certamen de cuento con la antología Benito. Bajo su firma también aparecen los primeros artículos políticos escritos por una mujer en la sección Nosotras en El Universal. Nadie sabe en qué año nació ni mucho menos en cuál murió.
Bajo el uniforme de una sonrisa amarga, las peonas levantaron sus manos, encallecidas y ásperas hasta los cielos, buscando a los dioses; y sus lamentos se perdieron a través de los tiempos.
El trabajo material, ese trabajo cotidiano, vulgar, sin arte y sin límite, ha sido siempre suyo. A la sombra de aquellos que figuraron entre las multitudes que "fueron" y que "son" genios, poetas, científicos, artistas, comerciantes o políticos, siempre hubo una peona que pagó con su vida la gloria y el triunfo que les encumbraba.
Peonas de todas las clases sociales, de todas las edades, de todas las épocas. Mujeres sacrificadas en aras de otras vidas, miembros de un hogar sin honores de señoras de casa: madres, tías o arrimadas en calidad de parientes pobres que se ocuparon siempre de faenas sin retribución.
Mujeres: esposas enérgicas que dieron valor público a hombres insignificantes.
Mujeres: esposas sin nombre, sombras arrastradas por un amor que lo exigía todo: vida, honra, esfuerzo, dinero para sostener en condiciones difíciles a hombres fracasados o pobres estudiantes.
Mujeres: solteronas que se volvieron eco de vidas ajenas y (...) se engañaron a sí mismas con los efectos y las ilusiones de otros.
Mujeres: Sin infancia, sin amor, esclavizadas desde los primeros años a parientes o protectores.
Mujeres: Ancianas que penosamente sobrellevan los últimos años de su vida, (...) y que dejan para los suyos cuanto les queda de energía.
Esas son las peonas. Las sombras, las artesanas sin ostentación, sin éxito. Seres que, sin ser, dan vida a otros; sin crear, hacen artistas; sin amar, quitan la amargura de la vida a sus semejantes para que puedan creer y soñar. Las peonas. Sin belleza, sin edad, sin atractivos femeninos, sin exigencias personales, son seres que trabajan hasta sentir esa fatiga de muerte, de claudicación de renuncia, de soledad, para dejar que otros, con su esfuerzo, brillen; seres humanos que perdieron su condición de tales para convertirse en máquinas de trabajo.
Mujeres que ya no son; miradas que cambiaron su ternura por la angustia; manos endurecidas por las faenas diarias, ásperas, gruesas, fuertes que desconocen el roce leve y refinado de una caricia; labios marchitos que nunca dejaron escapar sus quejas porque habían olvidado la expresión humana del dolor y que solo acertaron a gemir quedamente como bestias acorraladas en la sombra.
Esas criaturas son las peonas, entidades biológicas cuyos caracteres distintivos de racionalidad se fueron borrando gradualmente hasta perderse en la niebla de los años. El valor humano de los genios, con un criterio de materialidad absoluta, debe aquilatarse como el de los diamantes, y como en estos, considerar el esfuerzo humano que antecede a su posesión. Esfuerzo de bestias, de fatiga física, desgaste de materia. Y almas que no se encontraron a sí mismas, ni saben que algo sublime anima sus carnes cansadas.
Los hombres valen en la tierra porque otros hombres les han dado ese valor, pero también porque hay mujeres-peonas que han dado su vida para que la de ellos fuese fructífera. Genios fueron siempre los que despreciaron la realidad en que vivían, visionarios, seres dotados de gran poder de abstracción material para adentrarse en un mundo de fantasía o de investigación.
¿Cómo podría crear quien agota su cuerpo en faenas largas, cotidianas, inacabables? ¿Qué otra cosa, sino dolor puede brotar de la boca de los infelices? ¿Quién puede bendecir la vida que pesa a la espalda como una carga abrumadora? ¿Qué saben de la belleza de un amanecer aquellos que lo esperan con las carnes llenas de sudor? ¿Qué desean investigar de la tierra quienes viven cubiertos de ella, adaptándose miméticamente en obvio de dificultades?
Bien ¿y las peonas? (...) ¿quién puede llamarlas mujeres?
¿Quién desea (...) entablar conversación con ellas si de nada interesante saben hablar? Se pasan la vida recosiendo la ropa, llevando el "gasto" y regateando para ahorrar el dinero que los demás tiran en fruslerías.
Peonas hay en las casas ricas, en las casas pobres, en las ciudades, en los campos. Son factores siempre: apoyos ignorados; valores inapreciables. Mujeres sin éxito, sin amor, sin compañía y aparentemente sin corazón.
Los pintores se han acercado a ellas en busca de motivos para sus obras de arte; los escritores las toman para sus novelas; los poetas cantan sus faenas con palabras dulces, pero ninguna ley las protege, ningún servicio social las ampara directamente; no hay "un gran hombre" ni una "gran mujer" que reconozcan su valiosa ayuda y compartan con ellas su gloria.
Perteneces a esa clase de "incapaces" que avergüenzan a los hombres por ser elementos improperados; por constituirse en lastre de los pueblos; por ser elementos retrógrados; por su peculiar y característica identificación con los irracionales dadas sus escasas facultades de discernimiento y deducción dentro de consideraciones precisas de civilización y cultura.
Las "peonas" siempre quedarán al margen del progreso femenino, en tanto hombres y mujeres precisas sus servicios "denigrantes" para el desarrollo de lo que enfáticamente (...) se llama "superación humana", escribió.
¿Hay alguna vida que merezca pagar sus éxitos con otra? ¿Hay algún hombre dentro de la más simple apreciación humana que pueda jactarse de ello? ¿Quién? ¿Quién puede decir Yo valgo más? ¿Por qué se pide, más bien se roba a esas mujeres peonas su propia vida?
¿Qué leyes humanas o divinas autorizan a una explotación tan indignas? ¿Qué la fatiga física solo lastima las carnes de los civilizados? ¿Acaso los animales, los verdaderos animales no sienten cansancio? Y, dentro de la materialidad absoluta ¿las maquinarias no se desgastan?
¡Ah, la ingratitud de los hombres! (...) ¡Ah, gloria y sabiduría que se pagan con sangre humana!
Al lado del monumento de cada Patricio, de cada prócer, de cada sabio, de cada "pro hombre" y de cada gran mujer, ha debido erigirse un pedestal al esfuerzo y abnegación humanos que, aunque dentro del corazón se sintetizan en la palabra madre, justo es reconocer que podrían concretarse al nombre de mujer, de peona.