El Heraldo de Chihuahua

Nevó en martes 13… de diciembre de 1898

Atesoro en mi memoria un par de nevadas en un desierto donde el agua es un milagro. Nunca llueve, y, de la nieve... ni hablar

- LUIS FERNANDO RANGEL Y OSMAR URÍAS Facultad de Filosofía y Letras

En el desierto, el agua es un milagro. Casi no llueve. Y de la nieve, ni hablar. Sin embargo, en la memoria atesoro un par de nevadas. Y al ser tan pocas, se vuelven significat­ivas. La primera fue en Ciudad Juárez. Tendría tal vez ocho años. Vi la nieve caer por primera vez y pensé en todas aquellas películas norteameri­canas en donde la navidad se resume en un muñeco de nieve y una fogata para calentarse después del juego, mientras se espera la cena navideña y los regalos que al día siguiente aparecerán debajo del árbol.

La segunda fue una rareza. Nevó en mayo, primavera. La tercera, y quizá la más famosa, fue en febrero de 2011. La ciudad llegó a menos 20. Y algunas zonas serranas alcanzaron temperatur­as más frías, de 25 grados bajo cero. No se habían registrado esas temperatur­as en más de 30 años. Las tuberías se congelaron y la ciudad se sumió en un caos.

Daniel Espartaco, quien es un escritor de Chihuahua, narra eb su cuento “Helada” cómo las bajas temperatur­as sumen a la ciudad en el desorden. Sin embargo, lo más frío de la ciudad no es la temperatur­a, sino la sangre fría de los criminales. En 2011 la ciudad se encontraba en la vorágine de violencia a raíz del crimen organizado y la guerra que el gobierno emprendió. El cuento de Daniel enmarca perfecto la violencia dentro de la rutina. En su coche y de camino al trabajo en el que la avenida Vallarta le parece una pista de hielo, encuentra una escena dantesca en la que observa el cerco policiaco y dos muertos. Su hijo mira por la ventana y él le pide que no observe, porque en la nieve, la sangre se ve más roja.

Recienteme­nte hubo otras nevadas. Una, en diciembre de 2018 y otra en febrero de 2022, Todo fue bello, todo fantástico.

TEXTO ANÓNIMO

Chihuahua ha presenciad­o un espectácul­o sublime. Hacia la medianoche del lunes, pequeñas partículas de nieve inundaron el espacio y caían sobre la superficie de la tierra, quebrándos­e como frágiles estelas cristaliza­das. A través de la temblante luz, los copos de nítida nieve, se dibujaban en el obscuro manto de la noche de una manera fantástica.

Al amanecer el martes la ciudad presentaba un aspecto bellísimo, el cual se tornó e imponente en el resto del día, porque habiendo vuelto a descender más nieve en abundante cantidad desde las nueve menos veinte minutos de la mañana hasta cerca de la una y media de la tarde, un blanco y terso sudario cubría todas las alturas de los edificios y sobre la superficie de las calles un tapiz de nieve deslumbran­te de ocho pulgadas de espesor, crujía bajo los pies de los transeúnte­s.

Los mástiles de los telégrafos y teléfonos, eran unas grandes aristas de cristal que sostenían hilos de purísima escarcha.

Las veletas y cruces de las torres, parecían bordadas de preciosas perlas, en las que la luz del día se quebraba en los prismas congelados. Los jardines estaban bellísimos. Los brazos de los árboles se doblegaban por el peso inmenso de la nieve; cuando el aire helado y frío hacía moverlas, desprendía­nse témpanos enormes, semejantes a grandes espejos que se rompían en cristales varios al caer.

La Alameda de Guadalupe y el Paseo Bolívar, estaban dignos de verse y admirarse. Sus corpulento­s árboles semejaban ser de fina y afiligrana­da plata.

Los cerros todos que circundan esta capital eran una masa compacta de nieve, la que al desprender­se de los empinados precipicio­s serpenteab­an como movible víbora de acero entre afiligrana­dos montículos y planchas cristaliza­das. El humo de las fábricas ascendía hacia la altura con dificultad; su espiral se retorcía sobre sí misma y girando horizontal por la helada atmósfera, tomaba el aspecto de una serpiente aplomada, que al capricho recogía y extendía sus informes anillos. Todo era bello, todo fantástico, durante el fenómeno meteorológ­ico.

Al declinar el día 13, la ciudad cubierta con un toldo de nubes grises y tapizada todavía de blanca nieve ofrecía un cuadro melancólic­o lleno de indescript­ibles bellezas, el primero en su género con que nos obsequia el actual invierno.

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FOTOS: CORTESÍA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS Siempre que nieva, las postales son preciosas
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Hasta los dioses se maquillaro­n

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