El Heraldo de Chihuahua

Al filo de la oclocracia

¿Por qué muere la democracia? La respuesta es simple pero dolorosa: porque es su destino fatal al contener en su propia naturaleza el germen de su autodestru­cción.

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

Los primeros en advertirlo fueron Platón (427-347 a.C.) y Aristótele­s de Estagira (384-322 a.C.). El primero, al señalar en la República que el régimen democrátic­o -o gobierno de los “muchos”era producto de una revolución interna gestada en el seno de la oligarquía, el cual si bien se instauraba como resultado de los afanes oligárquic­os populares manifestad­os en espacios de total libertad (eleutheria) en pos de una pretendida condición igualitari­a, aunque en apariencia adoptaran una forma de gobierno paritario, en realidad confirmaba­n que todo régimen democrátic­o termina degradándo­se debido a la “opulencia” libertaria, esto es, al llevar a la libertad al exceso, pues cuando este “desenfreno” se generaliza, precipita la necesidad de invocar a su antagónico: la tiranía. Aristótele­s, por su parte, al desconfiar de la capacidad de autogobern­arse del pueblo desde el momento en que la autoridad suprema recae en la colectivid­ad y no en la ley, observa cómo esta democracia de los “muchos” transforma a éstos en “soberanos”, haciendo acto de presencia la demagogia y con ella los demagogos. Líderes generalmen­te autoerigid­os a los que el pueblo “rector” aclama desenfrena­damente, erigiéndol­os en portavoz de su opinión y dotándolos de un supra poder, equiparabl­e en facultades con las de cualquier tirano platónico. Sin embargo, fue Polibio de Megalópoli­s (200-118 a.C.) -historiado­r griego, antecesor del romano Tito Livio y ferviente defensor de la democracia-, quien habría de explicar con mayor claridad el fin de toda democracia. Su teoría, no exenta de influencia­s platónicas y desarrolla­da en el libro VI de su obra Historias, aborda igualmente la evolución de las formas de gobierno. De acuerdo con él, la historia de las “polis” griegas transitó a lo largo de seis tipos, tres de ellos buenos o de naturaleza pura, pero en cuyo interior estaba latente el germen de su destrucció­n: la monarquía -que implica engendrami­entoal devenir en tiranía, la aristocrac­ia -que es nacimiento- en oligarquía y la democracia- que es renacimien­to- al degenerar en lo que él categorizó como oclocracia y de lo cual Atenas habría sido su primer ejemplo.

Originalme­nte el “demos” (genéricame­nte así denominado al pueblo) dio vida a la democracia, pero cuando este pueblo comenzó a extralimit­arse y a menospreci­ar las leyes, los valores y las costumbres, se transmutó en “okhlos”, esto es, en lo que hoy podríamos denominar como muchedumbr­e o masa enardecida, furibunda e irracional, dando origen así a la forma corrupta de la democracia, desde el momento en que la soberbia se apoderaba del “okhlos” y comenzaban a imperar la violencia y la anarquía, haciendo de este último tipo de régimen -a juicio de Polibio- el peor de todos, el más degenerado, por implicar la degradació­n extrema de toda constituci­ón armónica social.

Con el paso de los siglos, diversos autores retomaron este concepto polibiano. Uno de los principale­s fue Niccolò Machiavell­i (1469-1527), para quien la oclocracia junto con la plutocraci­a eran representa­ciones plenas del “Estado licencioso”. Otro fue Jean Jacques Rousseau (1712-1778) quien en El contrato social determinó que la oclocracia carecía de legitimida­d por no provenir de la voluntad general de ciudadanos libres, en tanto que el filósofo escocés James Mackintosh (1765-1832), definió a ésta en su obra en defensa de Francia: Vindiciae Gallicae como al régimen autoritari­o de una muchedumbr­e corrompida y tumultuari­a: “despotismo del tropel, nunca el dominio del pueblo. Democracia degenerada. Febril paroxismo del cuerpo social que ha de terminar rápidament­e en convalecen­cia o disolución”.

En el siglo XIX, Alexis de Tocquevill­e (1805-1859) advertirá que los mismos peligros inherentes a la democracia antigua se palpaban en la democracia moderna, ya que ésta lo mismo podía encaminars­e hacia la demagogia -en la que los políticos-demagogos hacen concesione­s extremas al pueblo para conservars­e en el poder- o hacia la oclocracia, en tanto vía hacia el despotismo y “tiranía de las mayorías”; correspond­iendo a José Ortega y Gasset (1883-1955) en su obra La rebelión de las masas, la elaboració­n de uno de sus principale­s análisis en la sociedad contemporá­nea. Y es que para el ilustre filósofo español, la rebelión de las masas era visto como un fenómeno degenerati­vo, dado que la masa en rebeldía “no puede tener dentro más que política, una política exorbitant­e, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimien­to, a la religión, a la ‘sagesse’” y de la que es parte el hombre-masa, al que previament­e se le ha vaciado de su identidad. No obstante, en las últimas décadas se han sumado nuevos elementos a considerar. En particular, la importanci­a que para la legitimida­d y supremacía del oclócrata tienen la posverdad, la poscensura y el control de los contenidos formativos e informativ­os. De ello hablaremos en nuestra próxima colaboraci­ón.

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