El Heraldo de Chihuahua

Hace unos meses,

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en una cena con expertos mexicanos en el tema de seguridad, un alto ejecutivo de una empresa transnacio­nal se quejaba de lo difícil que era encontrar directivos que quisieran venir a vivir a México para atender una de las tres plantas maquilador­as que tenía su empresa en el país. “Les tenemos que aumentar el sueldo un 30% para que acepten, y solamente están dispuestos a vivir en México los que están solteros y no tienen hijos”.

No es sorprenden­te esa queja. ¿Quién quisiera abandonar Zürich, Shanghai o Nueva York para irse a vivir a Ciudad Juárez, Tijuana o Reynosa llevándose a su familia a un entorno desconocid­o y peligroso? ¿Qué tipo de motivación se le debe dar a un empleado que gana decenas de miles de dólares al mes para cambiar de país y aventurars­e hacia un lugar en el que probableme­nte necesitará un vehículo blindado y guardaespa­ldas para salir a la calle?

El desafío quizá más importante que tiene el gobierno de AMLO es precisamen­te el de la seguridad. Se trata del tema que más le preocupa a los mexicanos, según datos del INEGI en la ENVIPE 2021.

Se trata de un tema en el que los presidente­s anteriores apostaron buena parte de su capital político. No es para menos, dadas las enormes cifras de delincuenc­ia que han asolado al país en los años recientes. El homicidio se incrementó en un 300% en los últimos cinco años, lo que significa que retrocedim­os tres décadas en esa materia. La extorsión (el llamado “cobro de piso”) se extendió en muchas ciudades, afectando a comerciant­es grandes, medianos y pequeños. El secuestro sigue siendo un problema grave en varias entidades federativa­s.

Lo peor de todo es que la respuesta del Estado mexicano ha sido de una mediocrida­d insuperabl­e. La mejor prueba de ello es que la gente que es víctima de la delincuenc­ia ni siquiera se atreve a denunciar. El 93% de los delitos quedan sin ser denunciado­s; desde luego, un delito que no es denunciado mucho menos es investigad­o y mucho menos es sancionado. Ahí empieza la rueda feroz e imparable de la impunidad.

Todavía hoy en día la capacidad de respuesta

del Estado mexicano frente al crimen es muy baja, pese al fortalecim­iento evidente de algunas áreas estratégic­as a través de la incorporac­ión de elementos provenient­es del Ejército y la Marina.

Aunque a veces se cometen abusos y errores en su aplicación, será importante continuar con los controles de confianza y la depuración de las corporacio­nes policiacas iniciados hace tiempo, pero también deberá ponerse en la mesa la continuida­d del Ejército en las calles y la coordinaci­ón (hasta ahora casi inexistent­e) entre la policía y las fiscalías. Ojalá que los responsabl­es de la seguridad a nivel federal y estatal, además de intentar ser efectivos, estén también consciente­s de que deben respetar los derechos humanos. En los años recientes vimos un aumento desproporc­ionado de la tortura, la desaparici­ón forzada y las ejecucione­s extrajudic­iales, todo ello documentad­o con minuciosid­ad por las comisiones de derechos humanos y por distintas ONG internacio­nales. Para los funcionari­os responsabl­es de tales atropellos la regla también ha sido la impunidad. Un reto mayúsculo será el de seguir apostando por mejorar el funcionami­ento del nuevo sistema de justicia penal, que se desarrolla bajo la lógica de las audiencias orales y que desde su inicio trajo consigo la promesa de permitir una justicia más transparen­te y entendible para los ciudadanos. Veremos si en la segunda parte del sexenio se logran mejores resultados en materia de combate a la insegurida­d. A la vapuleada economía mexicana le caería muy bien. Y a la ciudadanía, todavía mejor.

Doctor en Derecho Director del Centro de Estudios Jurídicos Carbonell AC

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