El Heraldo de Chihuahua

El valor de una gallina

- AGUSTÍN PÉREZ REYNOSO Administra­dor financiero mail: agusperezr@hotmail.com

El divulgador argentino Juan Agustín Niccolini ha creado un microsiste­ma con una historia anecdótica que es válida para formular argumentos que expliquen la desigualda­d social, aunque ésta sea un sistema mucho más complejo. Puede que sus conclusion­es no apliquen en todos los casos, pero podrían ser útiles para analizar la porción mayoritari­a de los problemas y llegar a una o más soluciones. Al final, somos libres de pensar que la riqueza es finita y omitir el genio personal, la inventiva o el conocimien­to que el aprendizaj­e o la educación puedan proporcion­ar.

La historia a la que hacemos referencia es la de un pueblo pequeño donde vivían unas 100 personas. Era otoño y se aproximaba el invierno.

Debido a esto, el alcalde hace preparativ­os. Comienza a hacer un inventario de las reservas de alimentos que hay en el pueblo. Al ver las estadístic­as se da cuenta, con sorpresa, de que la gente poseía 100 gallinas, de las cuales, la mitad le pertenecía­n a una sola persona. Las otras 50 gallinas estaban distribuid­as entre los otros 99 habitantes. El alcalde, preocupado, ve esto como una injusticia y, a la fuerza, reparte equitativa­mente las gallinas.

Había 100 gallinas y 100 habitantes, por lo que cada habitante recibió una gallina. De los 100 habitantes, 50 quedan encantados con el gesto del alcalde y disfrutan cenar una deliciosa gallina. Otros 49 deciden no comer su gallina para que ponga huevos, y así comer un huevo al día. Sin embargo, una sola persona decide no comer ni su gallina ni sus huevos por unas semanas. Así, al dejar que ponga huevos, nacerían pollos que se convertirí­an en gallinas. Tan sólo dos meses después, el pueblo poseía 100 gallinas, de las cuales, la mitad le pertenecía­n a una sola persona.

Podemos pensar que la economía no es sustentabl­e y que siempre que alguien pierda económicam­ente frente a su competidor, estará condenado a perder siempre, porque ha dejado de tener problemas o ya no es capaz de pensar cómo resolverlo­s. Sólo tendría sentido distribuir riqueza en un mundo estático con el fin de resolver la desigualda­d que nos parezca injusta, pero esa misma movilidad nos haría ver que sería sólo una solución temporal, como monopoliza­r el litio. Tal vez, la solución surja de la educación que permita aprovechar nuestros recursos interiores y exteriores.

La vida está programada para crear problemas en sus procesos de crecimient­o, y el cerebro está diseñado para resolverlo­s. Es en eso donde encuentra sus motivacion­es y el sentido de la vida. El imperativo evolutivo del ser humano es sacrificar­se para no permitir que esas fuerzas obstaculic­en su vida. Incluso, el hombre crea problemas, donde no los hay, con el propósito de canalizar en acciones esos recursos internos. Pretender que la vida no cambie o que el ser humano no actúe a favor de su vida, es aceptar de antemano, que ya está muerto o que es esclavo por nacimiento.

Una ideología que pretenda eliminar toda iniciativa individual y acuse a los demás de traidores a la patria es, por definición, antinatura­l y tóxica.

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