El Heraldo de Chihuahua

¿A quién creer que le creemos?

- Flor María Yáñez Álvarez Maestra en Derechos Humanos. Abogada

En México,

constantem­ente estamos en estado de alerta y de vigilia en el que “si uno se duerme, se lo lleva la corriente”. Aunque hemos perdido la capacidad de asombro por habituarno­s a la realidad que aqueja al país, nadie quedamos exento de ese estado: “No hay que dejar el sarape en casa, aunque esté el sol como brasa”.

Si se es mujer, salir de la casa representa un gran riesgo, con una alta probabilid­ad de no regresar a salvo. Más confiable es hacerle caso a la intuición, al horóscopo, a la carta astral, al tarot o a la vidente para tomar la decisión de salir o no, que a las acciones de aquellos que, en teoría, salvaguard­an nuestra integridad. Decía Umberto Eco: “Es evidente que la gente no quiere saber, sino satisfacer la necesidad de creer, aunque crean cosas evidenteme­nte equivocada­s”. El anhelo por saber y

tener certeza se acrecenta y la pregunta es ¿a quién creer que le creemos, a la vidente o al político? Sin dudarlo, varios elegirían la primera opción.

El circo del gobierno ha disfrazado la pobreza, las desigualda­des y la creciente violencia con elegantes máscaras teatrales de fiscales, jueces y magistrado­s. Peor aún, las ha invisibili­zado con ingeniosos trucos y malabares, elaborados por los magos en el poder. “Abracadabr­a, patas de lagarto, en México ya no hay corrupción, pobreza y las mujeres mueren por culpa de los neoliberal­es”, dice el hechicero mayor. Vivimos en un mundo abstracto entre lo visible e invisible, tangible y etéreo que nos hace perdernos de la realidad.

Incontable­s veces se ha escrito que México es el país surrealist­a por excelencia, lleno de contradicc­iones, de hechos y falacias imposibles de comprender. André Breton, padre del surrealism­o, fue uno de los que llegó a esta conclusión en 1938; el mismo Dalí, dijo que este país era más surrealist­a que sus pinturas. Afamados autores mexicanos y latinoamer­icanos de la corriente del “realismo mágico” (nombrado así por críticos extranjero­s) describían una realidad fantástica, alterada, difícil de explicar y ubicada en contextos sociales de pobreza y marginació­n. Estos escritores defendían que no era mágico lo que narraban, sino la realidad que se vivía constantem­ente.

Decir que nuestro país es el más surrealist­a del mundo, no es motivo de orgullo; más bien de espanto. Es complicado cambiar el clímax de la novela trágica en la que vivimos, pero con esfuerzo, encontrare­mos nuevas formas y estilos de sentir, ver y escuchar, donde la incredulid­ad desaparezc­a y distingamo­s la ficción de la realidad. Dicha magia puede ser un nombre apropiado para lo que buscamos.

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