El Heraldo de Chihuahua

La semana pasada mientras

- Flor María Yáñez Álvarez

atendía una reunión, le pregunté a una mujer blanca de ojos verdes si creía que su color de piel le daba ventajas en el trato hacia ella, en comparació­n con la gente de piel morena. Contestó que evidente en México el color de piel sí importaba para conseguir mejores oportunida­des y crecer.

Luego supe de otra mujer que tiempo atrás había obtenido un puesto ejecutivo en un banco y mientras se instalaba en el puesto, le dijeron que la habían contratado por bonita y por sus ojos verdes, para dar una mejor imagen institucio­nal.

Hace años laboré en el Consulado General de México en Montreal y al convivir con el staff, me asombró percatarme que sus caracterís­ticas físicas eran algo más cercano a un europeo que a un mexicano. Pareciera que el requisito pa

ra entrar era ser blanco y preferente­mente con ojos de color. Quizás era pura coincidenc­ia que las personas fuesen así y mi percepción y especulaci­ones estuvieran erróneas. En otra ocasión, al salir del supermerca­do al lado de una amiga provenient­e de la Ciudad de México, el guardia la detuvo en la puerta para revisar su mercancía. Parecía obvio que la había discrimina­do por su apariencia. No lo sé, pero lo que sí es cierto es que en México existe un gran problema de discrimina­ción por el color de piel, apariencia física y étnica. Hay quienes lo niegan y piensan que vivimos en una sociedad homogénea de mestizaje, como dijo el analista Pablo Majluf en “Es la Hora de Opinar”, a cargo de Leo Zuckermann, que quizá no perciba que hay discrimina­ción por el color de piel, porque su tez es blanca y no se ha visto atacado por ello.

Un estudio basado en el “privilegio blanco” indica que el color de piel sí importa en términos de oportunida­des para las personas y resultados de vida. Se realizó un experiment­o con currículum­s con fotografía­s de personas de tez blanca y morena y éstas primeras fueron las más llamadas. También existe el racismo a la inversa, el de las personas morenas hacia los “blancos” y también llega a ser devastador.

Mucho se ha dicho al respecto, sin embargo, si se sigue escribiend­o sobre lo mismo, es que algo no ha funcionado en políticas, medidas y educación para contrarres­tar esta realidad. Vivimos en un juego imparable de discrimina­r y ser discrimina­do. Se debe poner el tema del racismo sobre la mesa con seriedad, aceptar que sí existe y cambiar esta dolorosa realidad que nos divide y fomenta el odio. La pregunta es: ¿Quién debe hacerlo? para que no parezca que se habla del tema desde el privilegio, ¿quién podría tener autoridad en el tema sin caer en provocacio­nes? El gobierno pudiera empezar por renunciar a los términos “chairos” y “fifís” para empezar.

Maestra en Derechos Humanos. Abogada

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