Johnson sobrevive pero sale debilitado
La rebelión de 148 de los 359 legisladores del Partido Conservador da un duro golpe al primer ministro británico, hartos por los escándalos de fiestas ilegales
Una comisión investigará si Johnson mintió al Parlamento cuando en diciembre aseguró que no hubo fiestas en sus oficinas
KEIR STARMER
LÍDER LABORISTA
“Por los ejemplos anteriores de votos de confianza... la historia nos dice que esto es el principio del fin”
LONDRES. El primer ministro británico, Boris Johnson, que indignó a sus filas conservadoras con el escándalo de las fiestas en Downing Street durante los confinamientos, sobrevivió a una moción de censura pero salió debilitado y aún puede verse empujado a dimitir.
Pese a que 211 parlamentarios “tories” le apoyaron en una moción de censura interna, frente a los 148 que votaron contra él, el resultado coloca a Johnson en una posición frágil de la que le resultará complicado salir.
El resultado significa que Johnson se aseguró el respaldo del 59 por ciento de sus legisladores, menos que el apoyo dado a su predecesora Theresa May en una votación de confianza que enfrentó en 2018.
También ha salido peor parado que otros exlíderes conservadores, como Margaret Thatcher o John Major, que afrontaron rebeliones internas. Para todos ellos, la votación fue el principio del fin.
Para Johnson, sin embargo, fue un resultado “decisivo” y “convincente”, que permitirá a su gobierno pasar página del escándalo de las fiestas.
Tras conseguir una amplia victoria electoral en 2019, el primer ministro se ha visto sometido a una creciente presión después de que él y su personal celebraron fiestas con alcohol en su despacho y residencia de Downing Street, cuando Gran Bretaña estaba bajo estrictos confinamientos por el Covid19.
Tal es el enfado que el partido desencadenó una impugnación, forzando un voto de confianza anónimo sobre un liderazgo que antes parecía inexpugnable.
A primera hora de la mañana del lunes, el presidente del Comité 1922 (que agrupa a los diputados conservadores sin cartera), Graham Brady, confirmó que más del 15 por ciento de parlamentarios “tories” habían pedido la votación de censura con tra Johnson.
El informe de la alta funcionaria Sue
Gray sobre las fiestas en Downing Street y los abucheos que recibió el primer ministro por parte del público en uno de los actos del Jubileo de Isabel II acabaron de rebosar el vaso de la paciencia.
Los aliados de Johnson en el Gobierno salieron a demostrarle su apoyo, mientras que algunos rebeldes anunciaban su dimisión o su voto en contra.
Allí Johnson recurrió al Santo Grial de los conservadores, la promesa de una bajada de impuestos, como recurso desesperado para no ser destituido.
Aunque libró la votación, se trata más que nunca de una victoria pírrica, entendida, en su acepción original, como aquella en la que el vencedor sale peor parado que el vencido.
Ha tardado, pero las heridas abiertas por el escándalo comienzan a pasarle factura en sus propias filas.
Y en la despiadada tradición del partido “tory”, muchos de sus diputados no han dudado en revolverse contra el líder una vez que es percibido como una debilidad ante el electorado.
De poco le valdrá la mayoría absoluta de 80 diputados de la que goza en la Cámara Baja si es incapaz de recabar el apoyo de sus propios compañeros para sacar adelante la legislación que desea.
“Usted ha presidido una cultura de incumplimiento de la ley en el 10 de Downing Street en relación con el Covid”, dijo Jesse Norman, un ex ministro junior, antes de la votación.
El jefe anticorrupción de Johnson, John Penrose, también dimitió.
Decenas de legisladores conservadores han expresado su preocupación por la posibilidad de que Johnson, de 57 años, pierda su autoridad para gobernar Gran Bretaña, que se enfrenta al riesgo de recesión, al alza de los precios de los combustibles y los alimentos y al caos de los desplazamientos en la capital, Londres, provocado por las huelgas.