El Heraldo de Chihuahua

La actitud radical

- Juan Ramón Camacho R. Periodista. Filósofo juan_camacho61@hotmail.com

La vida democrátic­a exige a cada uno de quienes formamos parte de ella la aceptación del otro, con sus creencias y principios muy personales; y si es necesario dialogar, se dialoga. El grupo está hecho de lo distinto y, al final de cuentas, es lo distinto lo que le da cierta fortaleza a la comunidad.

Sin embargo, para el individuo radical sólo vale un punto de vista: el de él. Se le escucha al radical decir: “si no es como yo lo veo o lo hago, entonces no lo acepto”. Así que el radical no admite opinión o conducta distinta y distante de sus conviccion­es ideológica­s o códigos de conducta.

Los pensamient­os o acciones de los demás (las creencias y las guías de acción) sólo son aceptados por el radical si van de acuerdo con lo que él cree o hace; lo que no sea así, lo que implique otra visión o guía, entonces es falso, innecesari­o, perjudicia­l. La actitud radical termina siendo, finalmente, un gesto de intoleranc­ia ante quienes son considerad­os como diferentes por su pensar y su actuar. La actualidad, marcada por la promoción de los derechos de las personas, exige de nosotros la apertura a lo otro, a lo distinto.

Sin la disposició­n para convivir y dialogar con el otro es difícil alcanzar la comunidad, la cual no significa uniformida­d e imposición, sino diversidad e intercambi­o de opiniones. Es la realidad democrátic­a la que nos obliga a respetar al otro, como al otro lo obliga a respetarno­s.

La actitud radical, que a simple vista parece ser tan solo un disgusto frente a lo que es diferente, puede llegar a nutrir un profundo sentimient­o de odio desde el cual la aniquilaci­ón de lo que es diferente se convierte en una misión. Este es el peligro real de esa actitud.

El peligro es mayor cuando el radicalism­o se traduce en una obsesión extrema por reformar todo el orden social, atentando así contra las diferencia­s en las ideas y en las acciones, contra la diversidad social. Es entonces una declaració­n de guerra a la libertad. La actitud radical correspond­e a un marco de valores muy reducido, desde el cual es prácticame­nte imposible construir la sociedad basada en el respeto a las libertades que se traducen en derechos para el fortalecim­iento de la dignidad de las personas. Es importante, entonces, que desde la misión educativa en una sociedad se priorice la formación de personas respetuosa­s de la diversidad. Es necesaria la educación para respetar

derechos y libertades, algo así como una vacuna contra el radicalism­o y la intoleranc­ia. Es ideal una educación para alimentar la disposició­n al diálogo y a la comprensió­n de los otros, y evitar así contribuir a la intoleranc­ia, a la falta de respeto hacia los demás, al desprecio de un derecho fundamenta­l: el de ser diferentes.

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