El Heraldo de Chihuahua

El privar de la vida a un ser humano

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es un acto reprobable, cuidar y hacer respetar la vida de las personas como el principal de los derechos de donde se derivan todos los demás derechos, es una obligación del gobierno al que se le confiere el poder y las facultades para ejercer la fuerza y la coacción a quienes atenten contra los derechos de los seres humanos, máxime si se trata de la privación de la vida; es reprochabl­e que sea común la impunidad para los asesinos que gozan de su libertad para seguir delinquien­do a diestra y siniestra.

El asesinato de cualquier persona nos debe llenar de indignació­n, no lo soslayemos ni lo dejemos en el olvido, como ocurre frecuentem­ente. Cada quince minutos es asesinada una persona en México, esto es, en el lapso en que elaboro este escrito, habrán sido asesinadas ocho personas, lo que nos debe ocupar, no sólo preocupar.

Hoy Chihuahua sigue triste y enlutada por las miles de personas asesinadas, que forman parte de la estadístic­a. Cada persona asesinada era parte de una familia a la que marcó el dolor de la tragedia, con su propia historia con sus virtudes y defectos.

Hoy a Chihuahua la envuelve doblemente el luto, la tristeza y el dolor por los recientes y lamentable­s asesinatos del padre “Gallo” y el padre “Morita”, como eran llamados cariñosame­nte por los lugareños, ultimados en el interior del templo de San Francisco Javier de Cerocahui, por brindar los auxilios espiritual­es a otra persona, también ejecutada en el mismo lugar y cuya historia ya todos conocemos. La noticia dio la vuelta al mundo y el bello pueblo de Cerocahui fue conocido por minutos no por sus bellos paisajes y la historia de la misión y de su gente, sino por los arteros y lamentable­s asesinatos, que de suyo no eran los primeros que se cometían en el lugar, pero fue de trascenden­cia que se privara de la vida a dos sacerdotes jesuitas, ancianos, que sólo hacían el bien y que desde hace varios años se dedicaban a evangeliza­r, a apoyar y ayudar a las comunidade­s indígenas, a comprender­las, a darles el cariño y la atención en la medida de las posibilida­des, ante la falta de atención de las autoridade­s para dotar de recursos

La noticia

dio la vuelta al mundo y el bello pueblo de Cerocahui fue conocido por minutos no por sus bellos paisajes y la historia de la misión y de su gente, sino por los arteros y lamentable­s asesinatos, que de suyo no eran los primeros que se cometían en el lugar, pero fue de trascenden­cia que se privara de la vida a dos sacerdotes jesuitas, ancianos, que sólo hacían el bien

a dichas comunidade­s, en las que tantas atrocidade­s se cometen con frecuencia por el crimen organizado.

Tuve la oportunida­d de estar el año pasado admirando la belleza del templo, su arquitectu­ra del siglo XVIII, sus bellas imágenes, hasta las bancas talladas en madera fina, algunas de más de cien años de antigüedad, sin imaginar que en poco tiempo fuera derramada la sangre de dos mártires sacerdotes, que generó la protesta y evidenció la tristeza y el pronunciam­iento del papa Francisco, jesuita también, de líderes religiosos y políticos, de autoridade­s de todos los niveles y de la sociedad en general. No quedará en el olvido el martirio de los padres “Gallo” y “Morita”, ojalá que no queden impunes sus asesinatos, ni los asesinatos de las miles de personas por las que Chihuahua está triste y de luto.

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