El Heraldo de Chihuahua

VUELVEN AL POTRERO

PALMEIRAS APUESTA POR RESCATAR UN ESTILO QUE PARA MUCHOS ESTÁ EN PELIGRO DE EXTINCIÓN: EL JOGO BONITO

- POR RODRIGO ALMONACID / AFP

Sao Paulo, Brasil.- Domar el balón es un arte en este terreno rocoso y polvorient­o, en el que caerse es sinónimo de herida. Aun así, las fuerzas básicas del Palmeiras juegan a fondo y motivados por rescatar un estilo futbolísti­co que para muchos está en peligro de extinción: el jogo bonito.

El entrenador Renan Tavares silba y el medio centenar de jugadores de la categoría Sub-12 del club brasileño se reúne en la mitad de una cancha, escondida entre casas y edificios del barrio Vila Palmeiras.

El entrenamie­nto de esta semana en el potrero, una de las varias denominaci­ones sudamerica­nas para campos improvisad­os y de mala calidad, simula las semifinale­s y la final de la Copa Libertador­es.

Los jóvenes se animan con ganar este trofeo, pero saben que la razón de estar allí, en un rectángulo de tierra ocre con apenas dos manchas de pasto, es otra.

“El objetivo es rescatar la pedagogía del futbol de calle a través de estímulos, con lo que tendrán la libertad para jugar y desarrolla­r conceptos individual­es sin la presión del entrenamie­nto”, explicó Tavares.

Desde hace seis años que los canteranos de la Sub-10 a la Sub-14 del Palmeiras, ganador de las últimas dos ediciones de la Copa Libertador­es, visitan potreros en favelas y barrios del área metropolit­ana de Sao Paulo. Allí también, en ocasiones, se foguean con equipos de las comunidade­s.

Con esa iniciativa, Palmeiras pretende potenciar la habilidad de futuros futbolista­s al emular formacione­s similares a las que tuvieron grandes leyendas del futbol de Brasil, que suelen atribuir parte de su picardía y talento al aprendizaj­e barrial.

Son patrimonio del futbol las imágenes de Diego Maradona esquivando rivales en potreros de Buenos Aires, o los relatos de las pelotas hechas con medias y papel periódico con las que Pelé jugaba en su natal Três Corações.

Tres veces campeón del mundo, O Rei ha llamado la atención por el retroceso progresivo del futbol que se preocupa por encantar, en medio de la creciente presión por ganar a toda costa.

Otras figuras han alertado sobre la robotizaci­ón del deporte más popular debido a que muchos jóvenes aprenden futbol en academias y no en el barrio, como la vieja escuela.

“Aquí, el jogo bonito no se muere, se regatea bastante, nos gusta hacerlo. Si juegas bien aquí, juegas bien en el campo”, dijo David Lima, un volante de 12 años, a quien todos llaman Chicourel.

Los niños que dirige Renan Tavares, un ex futbolista de futsal, juegan en el potrero

una vez por semana.

Las otras dos prácticas, en las que profundiza­n cuestiones tácticas, las realizan en los impecables campos verdes de la sede de entrenamie­ntos del Palmeiras.

“Vemos a los chicos con más confianza para driblar, con más agresivida­d en el pie, buscando rescatar ese futbol bonito que tiene regate, gambeta”, destacó el técnico de 45 años.

“Esa confianza de poder gambetear de una forma diferente, de regatear dentro del área sin miedo a perder el balón, se puede reflejar más adelante en sus carreras”, agregó.

Guilherme Galilan, defensor de 11 años, disfruta de jugar en ese tipo de campos pese a que los huecos, las piedras y los constantes saltos del balón dificultan el desarrollo de los partidos.

“En el césped no paramos de entrenar, siempre evoluciona­mos. Es mejor para jugar. En cambio, quien empieza en el potrero

no tiene tantas oportunida­des”, afirmó.

Vemos a los chicos con más confianza regatear dentro del área sin miedo a perder el balón, que se puede reflejar más adelante en sus carreras”

RENAN TAVARES DT PALMEIRAS SUB-12

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El campo es improvisad­o y de mala calidad, escondido entre casas y edificios.
 ?? ?? Cada caída es sinónimo de herida, pero los jóvenes se entregan al máximo en cada jugada, como si fuera la final de la Copa Libertador­es.
Cada caída es sinónimo de herida, pero los jóvenes se entregan al máximo en cada jugada, como si fuera la final de la Copa Libertador­es.

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