Princesa de los lunares
A sus más de 90 años es considerada uno de los seres más creativos del planeta, su trabajo artístico es muy valorizado y está formado por pinturas, esculturas, performances, escritos y poesía que rompe con la normalidad y van contra corriente.
Yayoi Kusama nació en el año de 1929 en Matsumoto, Japón; en una familia de comerciantes. Su camino en el arte comenzó desde niña, para realizar sus dibujos se inspiraba en las visiones producidas por su enfermedad psicológica, la pequeña Kusama sufría de alucinaciones, pero se dice que una la dejó en shock. En ella se vio en un campo de flores, las plantas le hablaban, sus cabezas eran lunares negros que mientras más lejos veía, más se perdía en la inmensidad de ese lugar. Esto marcó su arte y es lo que más representa su trabajo. Sus padres no estaban de acuerdo con que ella pintara, pero luego que tuvo edad para estudiar logró que la metieran en una escuela de arte.
Como muchos artistas, ha hecho uso del arte como un lenguaje para expresar su condición mental. En Japón y en su época su arte no era comprendido, por lo que se mudó a Nueva York donde parecía que el arte tomaba importancia. Comenzó a realizar expresionismo abstracto. Fue amiga de Georgia O’Keeffe quien fue de gran importancia en su realización como artista.
Su sello distintivo siempre serán los lunares. “Nuestra tierra es solo un lunar entre un millón de estrellas en el cosmos. Los lunares son un camino hacia el infinito. Cuando destruimos la naturaleza y nuestros cuerpos con lunares, nos convertimos en parte de la unidad de nuestro entorno”, comenta Kusama sobre sus obras. Ella se considera “la princesa de los lunares”.
En el año de 1977, se internó de manera voluntariz en un hospital psiquiátrico en Japón donde vive hasta el día de hoy, creando desde ahí sus geniales obras.
Kusama se refiere a sus lunares como el poder más grande de su vida y ha revelado sin cortapisas que, sin su arte, muy probablemente ya se habría suicidado: “Un día estaba mirando los patrones de flores rojas del mantel sobre una mesa, y cuando miré hacia arriba vi el mismo patrón que cubría el techo, las ventanas y las paredes, y finalmente por toda la habitación, mi cuerpo y el universo. Sentí como si hubiera empezado a borrarme, a girar en la infinitud de un tiempo interminable y en la absolución del espacio”.