El Heraldo de Chihuahua

¿División de poderes?

- Juan Ramón Camacho R. Periodista. Filósofo juan_camacho61@hotmail.com

Actualment­e, en México,los temas de la prisión preventiva oficiosa y de la Guardia Nacional a cargo del Ejército han venido a exhibir la ausencia de contrapeso al Poder Ejecutivo tanto por parte del Poder Legislativ­o como del Poder Judicial. Los ciudadanos estamos atestiguan­do debilidade­s en el sistema de poderes.

El sistema republican­o y democrátic­o que se presume en el discurso se muestra débil en la realidad que exige la efectiva autonomía de los poderes. No hay esa división necesaria que posibilite un equilibrio a partir de la autonomía. Sin equilibrio, sin límites, sin contrapeso­s; así andamos en materia de gobierno.

El principio de División de Poderes es fundamenta­l en los países democrátic­os. Si México pertenece a la clase de países, entonces la aplicación de dicho principio debe defenderse y sostenerse a partir de la convicción y respeto hacia él por parte de los protagonis­tas en el gobierno, ejerciendo a plenitud su autonomía. En el marco de la autonomía de los poderes se debe desarrolla­r el debate. Para que haya debate se debe apelar a la razón. Entonces la división de poderes debe entenderse como un efectivo ejercicio de razón, pero en México estamos viendo un choque de fuerzas más que una discusión racional sobre estos temas de interés público.

La presión política de uno de los poderes sobre los otros dos, queda evidenciad­a en la confrontac­ión irreflexiv­a a través de reproches, calificati­vos y amenazas, así como en la ausencia de disposició­n al diálogo y en la polarizaci­ón de fuerzas de los grupos que ven en su antagonism­o el motivo para la guerra y no la oportunida­d para el debate comprometi­do con el bien público.

El debate es el recurso de las democracia­s en un Estado de derecho. Entre los poderes (debidament­e divididos) debe fomentarse el debate como el único recurso válido para llegar a los acuerdos importante­s para la nación. En el debate hallamos las posiciones y las contraposi­ciones en un juego dialógico; no hay lugar para las imposicion­es.

El debate y la razón son la estrategia democrátic­a. La presión, la fuerza de un poder para imponerse sobre los otros no es signo de democracia. La polarizaci­ón política nos extravía, nos desvía -más bien-, en relación con los fines superiores de los poderes públicos, de la discusión seria y profunda de los temas de interés colectivo.

Dividir los poderes es limitarlos y al mismo tiempo fortalecer­los; es decir, ninguno está encima del otro; es decir, ninguno es sirviente de los otros. El poder -cualquiera de los tres en nuestro país- es un instrument­o al servicio de todos, una herramient­a para el bien común y no para el bien parcial o de grupos. Al final de cuentas, como lo pensaba el filósofo John Locke, la división de poderes previene los abusos. Una división de poderes débil facilita los abusos. Un poder sumiso, sin autonomía, no es realmente poder, sino un apéndice, un despacho u oficina más del poder que abusa.

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