En un estilo ecléctico
que tiene elementos de la publicidad, el cómic y la comedia musical, el realizador australiano Baz Luhrmann vuelve a la pantalla con el biopic Elvis (Australia-Estados Unidos, 2022). En derredor de la gran leyenda de Memphis, el cineasta volvió a construir un todo recargado y de ritmo trepidante que no nos permite detenernos en nada porque es la firma megalómana de su hacedor cuya creatividad burbujeante corre sin freno y nio asidero, como al mundo que a él y a nosotros nos tocó vivir.
Ysi bien la historia está contada desde la perspectiva de su representante, el polémico coronel Tom Parker a quien da vida un Tom Hanks más bien fuera de papel, en muchos momentos irreconocible tras una caricaturesca caracterización, lo cierto es que el villano no logra salvarse tras una al fin de cuentas maniquea y hasta simplista visión de las cosas.
Otra vez lo visual y lo auditivo predominan sobre una estructura dramática apenas delineada en su epidermis, donde predominan lugares comunes que poco o nada revelarán a quienes mejor conocen al personaje y sus circunstancias.
Y es que escrito a ocho manos, sin eufemismos, el guión para Elvis no refleja una autoría específica, porque, como en otros anteriores proyectos de este director australiano, funciona si acaso como guía para desarrollar un discurso enfáticamente visual que sólo reafirma la estética ya muy definida de su autor. En apariencia el sentido y la razón de ser, la leyenda vuelve a figurar, como sello de la casa, como un mero pretexto para desplegar una línea narrativa que en principio seduce, pero que me parece acaba siendo reiterativa y debilitándose. En este sentido, hay fragmentos con los cuales se engolosina el realizador, a cambio de otros que apenas toca a vuelo de pájaro. Como era de esperarse conociendo la escasa filmografía de Luhrmann, no se encontrará en Elvis ningún momento de
intimidad ni de tratamiento austero, conforme suele apostar más bien por los llamados momentos “épicos”, por el mito, interesándose menos por el ser de carne y hueso. El despliegue visual y musical está en sintonía entonces con ese personaje y esa época donde fue protagonista, en función de los recursos invertidos y a la vista de todos, siempre redituables.
Finalmente nos quedamos con la sensación de que la gran historia sobre Elvis Presley, sobre el ser humano que vivió y sintió, que gozó y sufrió, que conquistó auditorios y fracasó en su intimidad emocional, está todavía por contarse.
Con Elvis logra sin embargo Luhrmann acercar a las nuevas generaciones a la gran leyenda que pareciera no estar en su radar de intereses, pero con el que consigue se conecte al menos esporádicamente a partir de un atractivo discurso visual que en cambio sí se identifica en su ADN. Reconstruida la época con todo lujo detalles, con oficio, otro de sus atributos es el exhaustivo trabajo de preparación e inmersión en la piel del personaje hecho por el joven Austin Butler que se comprometió con el proyecto. Pero como suele sucederme con el cine de Baz Luhrmann, después de haber recibido ––visto y oído–– mucho y a raudales, termino con una sensación de vacío y de que me sigue faltando algo.