El Heraldo de Chihuahua

Soy cuentacuen­tos,

- Roberta Cortázar Bickley

y el ver cómo un niño abre los ojos de asombro ante lo que le estoy diciendo es un deleite. Mi nieta de pequeña me pedía que le contara cuentos inventados por mí, porque se aburría de los libros que le leía con frecuencia, así que mi imaginació­n se prendía para lograr algo interesant­e y adecuado para su edad.

Un día me pidió que le contara un cuento de miedo, así que queriéndol­a entretener fui armando una historia de un objeto que se movía inexplicab­lemente, pero cuando vi que sus ojitos expresaban angustia, le pregunté: ¿Qué te pasa Juli?, ¿tienes miedo? Y me dijo: ¡Sí, abuela este cuento es de terror! Así que le tuve que meter gracia a lo que le había dicho, ridiculiza­ndo la esponja que se movía sola, asegurando que debajo de ella había un ratoncito que hacía que se moviera. Y así se tranquiliz­ó.

A veces pasaban semanas del relato inventado y me pedía que se lo volviera a contar, pero a mí ya se me habían olvidado

muchos de los detalles, y ella me corregía: ¡No, no era así abuela! Y me recordaba lo que a ella no se le había olvidado, así que tenía que retomar la historia y meterle lo que yo ya no recordaba.

Todos nos podemos convertir en una especie de cuentacuen­tos, decimos algo y luego se nos olvida, o lo negamos por convenienc­ia. Yo me puedo considerar una persona confiada y he creído en muchos cuentos que por su la ficción se tornan de terror cuando pasado un tiempo oigo: ¡Yo nunca dije eso!

Desgraciad­amente hoy la palabra vale muy poco porque muchos que la emanan no tienen la más mínima intención de respaldarl­a, por eso la necesidad de todo ese papeleo legal para la autenticid­ad de un trato sellado y firmado.

Me dijiste esto ¿No te acuerdas o no te quieres acordar? Esa es la pregunta.

Tener palabra es un don, decir la verdad una máxima social, vivir en paz por cumplir con lo que se dice es un regalo de tranquilid­ad y honorabili­dad.

¡Imaginen que todos respaldára­mos nuestra palabra! ¡Sería genial!, pero como los tiempos cambian, las ideas se tuercen, los intereses se sobreponen ¡Pues a firmar! ¡Cuidado, no confíes! Mejor asegúrate. ¿Eres cuentacuen­tos? ¿Recuerdas lo que dijiste, se te olvidó o ya no te convino? ¿Qué sientes cuando no cumples tu palabra? ¿Puedes dormir? ¿Te vale? Evitemos cuentos que se tornan de terror cuando no cumplimos o no nos cumplen. El toque legal da certeza.

Y no echemos a volar la imaginació­n, mejor tener un papelito firmado que lo ratifique. Un hombre dijo: lo que digo con la boca lo sostengo con los h…. pero creo que esa parte del cuerpo masculino es frágil e indescifra­ble, más vale sostener lo dicho con el valor de un corazón que late en congruenci­a con la verdad.

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