El Heraldo de Chihuahua

Nuestro mes patrio

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está repleto de fiesta, música, algarabía, luces, olores, pirotecnia y todo lo demás, que hace gritar a millones de mexicanos “Viva México”. La alegría se desborda en el país, pero como suele pasar, mientras unos ríen, otros lloramos. El 14 de septiembre de 1996 falleció mi padre, después, el 17 de septiembre, pero del 2020, muere mi mamá. “Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”, frase que la mayoría menciona frecuentem­ente, pero no se comprende, hasta que se experiment­a en carne propia.

Las enseñanzas que dejan los padres son inigualabl­es e insuperabl­es. Aun cuando estuvo corto tiempo conmigo, mi padre me inculcó con su ejemplo tenacidad, responsabi­lidad, honradez y altruismo. Me enseñó que si no se está dispuesto a trabajar duro, la recompensa tardará en llegar o quizá nunca aparecerá. Y que las cosas materiales son sólo charcos de felicidad, que se evaporan muy pronto. Santos, mi padre, era comerciant­e, uno de los más queridos en Santa Bárbara, también se hizo político, porque le gustaba tender la mano a los más necesitado­s. Fue el segundo alcalde panista en la historia de Chihuahua y de la forma que ganó fue algo impensable para la época, pero eso ya lo he comentado en otros artículos. Mi papá pudo haberme dado regalos costosos, pero me enseñó a ganármelos, es decir, en lugar de servirme el pescado frito me enseñó a pescar. Una ocasión fui a pedirle dinero a la tienda, preguntó, ¿quieres dinero?, respondí afirmativa­mente, entonces dijo, “ahí está el periódico”, señalando varios ejemplares de El Sol de Parral, sin pensarlo mucho, los tomé y salí a la calle a venderlos, así me convertí en un pequeño voceador de sólo nueve años, por un breve lapso, pero fue una gran lección.

Margarita, mi madre, fue una persona auténtica, sin prejuicios, alegre, bailadora. Ella hacía lo que quería, sin importar el qué dirán, claro, sus acciones no perjudicab­an a nadie. Amorosa con sus hijos, pero a su manera. Amaba cantar, y todo lo que estuviera relacionad­o con el mundo del espectácul­o, guardaba celosament­e un montón de hojitas y servilleta­s, con autógrafos de varios artistas. Tocaba el piano y en las fiestas siempre interpreta­ba algunas canciones. Le encantaban las

Mi papá pudo

haberme dado regalos costosos, pero me enseñó a ganármelos, es decir, en lugar de servirme el pescado frito me enseñó a pescar. Una ocasión fui a pedirle dinero a la tienda, preguntó, ¿quieres dinero? entonces dijo, “ahí está el periódico”, señalando varios ejemplares de El Sol de Parral, sin pensarlo mucho, los tomé y salí a la calle a venderlos, así me convertí en un pequeño voceador de nueve años, por un breve lapso, pero fue una gran lección

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