No pueden servir a Dios y al dinero
Domingo XXV del Tiempo Ordinario EL PELIGRO
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: '¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador'. Entonces el administrador se puso a pensar: '¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan'.
Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: '¿Cuánto le debes a mi amo?' El hombre respondió: 'Cien barriles de aceite'. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta'. Luego preguntó al siguiente: 'Y tú, ¿cuánto debes?' Éste respondió: 'Cien sacos de trigo'. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y haz otro por ochenta'. El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.
Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes? No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero". (Lc 16,1-13)
Nuestro Señor por medio de una parábola, la de este domingo, nos dejó varias sentencias o máximas sapienciales. Nos dice: "los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz". Y es que no es lo mismo hacer negocios con los debidos principios y valores que se rigen por la verdad, la justicia, la honestidad, la caridad, etcétera, que hacerlos de forma egoísta, con voracidad y sin ningún control.
"Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando mueran, los reciban en el cielo". Nuestro Señor Jesucristo conocía el peligro que significa el dinero; todo lo que provocaba en el ser humano, sabía de todas las injusticias que se cometían por causa de tenerlo y aumentarlo. Sin embargo, percibe en el mismo una buena utilidad: ganarse a los amigos que nos reciban en el cielo. El dinero no lo podemos llevar al cielo, pero los amigos nos pueden llevar al cielo.
"El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes". Saber administrar bien las cosas de todos los días, y a lo mejor con otro tipo de valor, como el tiempo, no desperdiciarlo sino aprovecharlo, hacerlo rendir, ahorrar tiempo, invertir tiempo a lo verdaderamente útil. Otras cosas como la salud, la familia, las amistades, el optimismo, el trabajo, el estudio, el ejercicio. Hay todo un universo de cosas que hacemos irremediablemente todos los días y en las que podemos entrenarnos como buenos administradores, para que después Dios nos confíe otras cosas, las mayores, los grandes valores.
"Ningún criado puede servir a dos señores... No pueden servir a Dios y al dinero". Qué curioso cuando oímos decir: "el dinero no da la felicidad"; porque está comprobado. Pero todo mundo lo queremos comprobar personalmente: tener mucho dinero para poder decir, "efectivamente el dinero no da la felicidad". Y luego, cuando escuchamos decir: "desde que conocí a Dios (o desde que me encontré con Dios), mi vida cambió"..., y a nadie se nos antoja comprobarlo. Más bien decimos: "¡Mah¡, pos pobre, cada quien su vida". Tengamos en cuenta que todas estas anteriores y sabias máximas nos las dice aquel que "siendo de condición divina (y por lo mismo, sin necesidad de nada), no consideró codiciable el ser igual a Dios" (Fil 2,6). (Comentario de monseñor Luis Carlos Lerma Martínez)