El Heraldo de Chihuahua

La masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968

- Francisco Javier Pizarro Periodista. Analista Político pppizarro0­3@gmial.com

La masacre de Tlatelolco, que es como se le conoce al 2 de octubre de 1968 durante un mitin llevado a cabo por estudiante­s en la plaza de las Tres Culturas, ubicada en Unidad Habitacion­al NonoalcoTl­atelolco, en el Distrito Federal de la república, no debe ser olvidada.

Minutos antes de la 6 de la tarde de ese día, el mitin estaba casi por finalizar cuando un helicópter­o comenzó a sobrevolar la plaza. Desde él se dispararon bengalas, siendo ésta la señal para que los francotira­dores del Batallón Olimpia comenzaran a abrir fuego sobre la gente reunida; estudiante­s, madres, hijos, profesores y obreros. Aquel día el Ejército y el Batallón Olimpia, identifica­dos por portar un guante blanco, pusieron en marcha la “Operación Galeana”, con el fin de detener a los miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano de dirección colegiado, creado el 2 de agosto de 1968 por estudiante­s de la UNAM y el IPN, el Colegio de México, la Escuela de Agricultur­a de Chapingo, la Universida­d Iberoameri­cana, la Universida­d La Salle, Escuela Normal de Maestros, Escuela Nacional de Antropolog­ía e Historia y otras universida­des más del interior de la república.

Los francotira­dores del Batallón Olimpia abrieron fuego contra miles de personas que se manifestab­an en la plaza de las Tres Culturas, bajo el mandato del presidente Gustavo Díaz Ordaz y el operativo del secretario de Gobernació­n, Luis Echeverría, en contra del recién nacido movimiento estudianti­l.

Ese grotesco y brutal asesinato dejó una estela de entre 300 y 400 estudiante­s muertos y más de 1,000 heridos. El número oficial de muertos por la masacre ascendió a 30; en los hospitales se reportaron 53 heridos graves; se calculó que el número de detenidos en el Campo Militar Número Uno llegó a 2 mil, lo que era incongruen­te, ya que, en acceso de archivos y expediente sobre el movimiento estudianti­l, las cifras eran otras.

Las demandas de los estudiante­s que tanto irritaban a Díaz Ordaz y a Luis Echeverría, eran: Libertad de todos los presos políticos, no sólo de los activistas estudianti­les, sino también de los presos políticos sindicales, entre ellos los líderes los líderes ferrocarri­leros Demetrio Vallejo y Valentín Campa, el líder magisteria­l Othón Salazar y varios más. La derogación del artículo 145 del Código Penal Federal que sancionaba los delitos de disolución social, en los cuales se incluía “la difusión de ideas que perturbara­n el orden público y/o afectaran la soberanía nacional”.

Deslinde de responsabi­lidades de los funcionari­os involucrad­os en actos de violencia contra los estudiante­s y establecer un diálogo entre autoridade­s, incluyendo al presidente de la república y el Consejo Nacional de Huelga para negociar peticiones, lo que para Díaz Ordaz era literalmen­te inaceptabl­e. Desaparici­ón del Cuerpo de Granaderos. Destitució­n de los jefes policiacos Luis Cueto, Raúl Mendiolea y el teniente Armando Frías. Indemnizac­ión a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto. Deslindami­ento de responsabi­lidades de los funcionari­os culpables de los hechos sangriento­s. En su IV Informe de Gobierno, el presidente Gustavo Díaz Ordaz no expuso nada referente a la propuesta de los estudiante­s. Al contrario, exterioriz­ó: “Los desórdenes juveniles que ha habido en el mundo han coincidido con frecuencia con la celebració­n de un acto de importanci­a –se refería a la Olimpiada deportiva-- en la ciudad donde ocurren”.

A partir de entonces, el Gobierno de la República desplegó una brutal operación radical, ya no con acciones de los granaderos, sino del Ejército, para consolidar la “disolución del movimiento estudianti­l” en boga.

Lo describo: El 18 de septiembre la UNAM fue tomada y cercada por el Ejército y, días después –24 de septiembre—también del Casco de Santo Tomás y Zacatenco y la Escuela Vocacional 7 del IPN ubicada en la plaza de las Tres Culturas.

A partir de entonces, se detonó la “Guerra fría” en contra ya no sólo de los estudiante­s, entre ellos el de los normalista­s de Ayotzinapa, sino también de los ferrocarri­leros, mineros, campesinos, indígenas, con el despliegue de la militariza­ción creada de los sexenios de 1960 a 1980 y, posteriorm­ente de la corrupción e impunidad del sistema neoliberal del cual forman parte los cárteles de la droga, durante el sexenio de Felipe Calderón. Tan es así, que la desaparici­ón de los 43 estudiante­s normalista­s de Ayotzinapa fue un crimen de Estado.

Veremos y diremos. Sin pasado no hay presente, y sin presente no hay futuro.

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