Siempre me he preguntado
a qué nos referimos cuando hablamos de la pobreza en nuestro país, pues seguimos viviendo en una nación rica en recursos naturales como petróleo, bosques, minería, ganadería, e industria. Debemos admitir que somos pobres en valores positivos, en política y sobre todo en actitudes.
Es cierto que poseer tierras fértiles y múltiples recursos naturales no significa riqueza si las tierras no se cultivan y si los recursos naturales no pueden ser extraídos y explotados. Sólo debemos ser un poco observadores para saber quiénes son los que se dedican a obstaculizar la producción agrícola o el desarrollo y explotación de la industria del petróleo bajo la desgastada presuposición de violaciones a la soberanía nacional.
También me he preguntado por qué simultáneamente vemos los periódicos llenos de ofertas de trabajo, mientras se menciona que existe mucho desempleo y que como consecuencia tenemos la violencia, todo por culpa del “presidente del empleo”. Trabajo sí hay. Deseos de trabajar no.
La violencia obviamente en su inmensa mayoría no se deriva de la pobreza. Se deriva de que los que pudieran conseguir un trabajo decente deciden no trabajar e irse por el camino fácil. Ciertamente es mucho más productivo económicamente robar, extorsionar, secuestrar; traficar con drogas y personas, que tener que trabajar como personas normales. Se deriva de sujetos que han optado por dedicarse a la delincuencia en un afán ya no de ambición, sino de codicia. Personas que han escogido para sí ese modus vivendi.
La pobreza no es el origen de la violencia, así como la prosperidad basada en la decencia no es producto de la caridad, sino del trabajo, de producir; no de pedir ni de arrebatar. La violencia no viene por sí misma de la pobreza, sino de la filosofía de
“trabajar lo menos posible”, exigiendo cada vez más prestaciones, más derechos laborales, más derechos sindicales, bonos, días de asueto, etc., etc. Ganar más trabajando menos. Sueñan en un estado que les dé cuanto quieran, mientras ellos se dedican a la pereza, o peor aún, propiciando que algunos delinquan para vivir del producto de los que sí trabajan, además gozando de una impunidad prácticamente absoluta.
La gente de bien, que sí trabaja, no puede dejar de hacerlo porque está haciendo el trabajo de los demás aparte del suyo. Y todavía así, tienen que soportar los secuestros, las extorsiones, los asaltos, los robos. Robados o no, la mayoría de los violentos en nuestra sociedad manejan vehículos último modelo, y portan armas difíciles de pagar por un hombre trabajador. No, los violentos no asesinan ni roban por hambre. Tienen más dinero que muchos. La afirmación “la pobreza es el origen de la violencia” sólo suena bien, pero nada la sustenta. La ausencia de una cultura cívica y de una educación escolar y familiar adecuadas sí pudieran ser responsables.
Como siempre hemos de tener alguien a quién echarle la culpa de todo lo que nos pasa, si no es la pobreza franciscana la culpable, entonces ha de ser el neoliberalismo, los fifís, la gente trabajadora, ¿o no?