El Heraldo de Chihuahua

Dios hará justicia a sus elegidos, que claman a Él

Domingo XXIX del tiempo ordinario

- NOTIDIÓCES­IS

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallece­r, Jesús les propuso esta parábola: "En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: 'Hazme justicia contra mi adversario'.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: 'Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistenci­a de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando'".

Dicho esto, Jesús comentó: "Si así pensaba el juez injusto, ¿creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?" (Lc 8,1-8)

ORAR SIEMPRE Y

SIN DESANIMARS­E

Si una persona mala, sin respetos ni escrúpulos, sabe hacer el bien cuando se le pide con insistenci­a y sin descanso, cuanto más y mejor hará Dios que es el supremo bien, el Bueno por excelencia. Hemos escuchado en el evangelio una invitación para que oremos ahora y siempre, con mucha insistenci­a y sin desfallece­r.

Jesús nos asegura que Dios nos hará justicia inmediatam­ente. Esto está de no creerse. De hecho, son más los decepciona­dos por la tardanza y el silencio de Dios, que los agradecido­s por su inmediata respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué se tarda Dios? ¿Por qué no se muestra? Porque queremos ver que Dios haga su parte sin que nosotros hagamos nuestra parte. Por eso la última pregunta que hace Jesús: "cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18,8). Sin fe no sabemos orar, ni tampoco sabemos para qué orar, a quién orar. Sin fe no podemos ver las maravillas que hace Dios, ni apreciar cómo cumple con sus promesas, ni darnos cuenta cómo nos escucha.

Ahora bien, el hecho de que Dios nos escucha y atiende nuestras súplicas, no quiere decir que cumple nuestros antojos. Recordemos a nuestro Salvador, en el huerto de Getsemaní le suplicaba a su Padre: "Padre, si quieres aleja de mí este cáliz de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Y se hizo la voluntad de Dios Padre, que no le evitó el momento de la pasión y muerte. Sin embargo, Dios Padre tenía reservado para su Hijo cosas mayores y mejores. Claro que Dios siempre nos escucha, pero nos sobrepasa en nuestros mejores anhelos y deseos. Por eso, hemos de pedir el auxilio divino, que el Espíritu Santo nos ayude a orar, como nos recomienda San Pablo: "el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros" (Rom 8,26).

"Orar siempre y sin desanimars­e". Esto es imposible para nosotros. Sólo con la ayuda de Dios, invocando la asistencia del Espíritu Santo, es posible. (Comentario de monseñor Luis Carlos Lerma Martínez)

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FOTOS: CORTESÍA NOTIDIÓCES­IS Escucha siempre el Señor nuestras plegarias

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