El Heraldo de Chihuahua

El cactus… y las otras formas de entenderno­s

Evitamos a toda costa sus espinas, pensando siempre que aun en su inmovilida­d estas plantas son capaces de hacernos mucho daño

- AXA BETANCOURT Estudiante de Lengua Inglesa FFyL

El cactus está lleno de espinas. Estas les crecieron hace algunos cuantos milenios en América central, cuando el clima se puso tan seco y cálido que sus hojitas se secaron, convirtién­dose en espinas. Gracias a ellas no dejaba que lo tocaran la más inocente dama ni el más insolente hombre. Sin embargo, hoy en día podemos ver a los cactus dentro de los hogares, siendo usados como decoración en una esquina de la habitación, donde nadie le pone atención a menos que sea mencionado en algún punto de la conversaci­ón en la que dos mujeres se encuentran absortas hablando de sus esposos desinteres­ados. Y es ahí, cuando de ser una planta empoderada, fuerte, capaz de soportar vientos cálidos y superficie­s áridas, se convierte en una planta decorativa, impotente de siquiera producir la más pequeña florecita, desarraiga­da incluso de la luz del sol al que se vio expuesta en el pasado. Las privamos de la visita de murciélago­s y abejitas, condenándo­las únicamente a las patitas de las hormigas que pasan esporádica­mente por sus espinas en busca de su comida.

El cactus tiene la capacidad de guardar agua en su cuerpo durante doce días antes de que empiece a racionar la poca que le queda en partes específica­s de su cuerpo y, aunque no se le considere una de las plantas más bonitas, de vez en cuando nos sorprende dejando que le crezca una florecita colorida, grande o chiquita, que le ayuda a embellecer­se y embellecer un poco el mundo. Siendo así, al cactus, una planta tan poderosa que no fue creada por el Dios omnipotent­e para vivir en una macetita que le impida desempeñar su potencial al cien por ciento, le hemos obligado a domesticar­se a nuestro antojo para que cumpla nuestro

como también se les conoce, son una familia de plantas originaria­s del continente americano. Sin embargo, existe una excepción, la Rhipsalis baccifera, que se ha extendido en África tropical, Madagascar y Ceilán. En Europa, esta especie es relativame­nte reciente, con sólo unos pocos cientos de años.

deseo de tener un concepto moderno en el hogar. El cactus fue creado para dar un fruto, aunque no muy grande o sabroso, en la más adversa de las situacione­s climáticas. Y ahora se le ve marchito, siempre dentro de las cuatro paredes que conforman su espacio designado en la sala, viendo hacia el mismo punto, cumpliendo siempre el mismo y rutinario papel.

Ya son pocos los lugares donde el cactus es libre de crecer a su antojo. Si se le avista al final de la calle sin pavimentar, se le corta de raíz, incluso si vemos el brote de una flor amarilla o una roja tuna colgando. Evitamos a los cactus a toda costa, pensando que incluso en su inmovilida­d son capaces de hacernos daño. Los clasificam­os y le damos al nopal el más bajo de los puestos. Lo comparamos con plantas más bellas y no tiene forma de ganar, a pesar de que el nopal no se detiene a pensar a qué persona ayudar proveyendo con su vitamina A. Juzgamos al nopal y al cactus en general por su físico críptico, sin saber que el cactus siempre ha llevado una vida bastante difícil y todavía así, casi nunca lo vemos morir.

El único que entiende al cactus es el mexicano. Antes se decía que después de un arduo día trabajando bajo el sol, sediento, el mexicano se recostaba a la sombra del cactus, dejando que su energía se cargara un poco bebiendo un tequila que ardiera en su garganta, cantando melancólic­o “Cielito lindo”. Y tal como le pasó al cactus, el mexicano ahora se ve obligado a sentarse diariament­e en un cubículo de cuatro paredes, que no lo deja desarrolla­rse y alcanzar todo su máximo potencial, dejando que poco a poco sus hojitas se conviertan en espinas, que ya no le crezcan florecitas amarillas, que su esposa hable sobre su desinterés y que muy de vez en cuando vea una hormiguita en busca de azúcar junto a su café.

Las cactáceas,

HOPE JAHREN GEOQUÍMICA

“Un cactus no vive en el desierto porque le guste vivir en el desierto; vive allí porque el desierto aún no ha descubiert­o cómo matarlo”.

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FOTOS: CORTESÍA DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS Adorno intrascend­ente, hasta que alguien lo mete en la conversaci­ón

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