El Heraldo de Chihuahua

Camino Copalita,

- Segunda parte Roberta Cortázar Bickley

una caminata hermosa y desafiante por la sierra de Oaxaca.

En uno de los trayectos más “interesant­es” me lastimé la rodilla y las piernas no me dieron para más ese día y terminé trepada en una mula. Los desfilader­os se veían más impresiona­ntes desde la altura de la bestia (así le decían los oaxaqueños), por cierto, quedé impresiona­da por la agilidad del animal, caminando por veredas muy angostas (50 cms.), subiendo rocas muy altas bordeadas por desfilader­os de miedo. Me tenía que acomodar seguido sobre la montura de madera y en una de esas me volteé de lado con todo y silla y fui a dar al suelo.

En uno de los pueblos las carpas las dispusiero­n afuera de la iglesia, porque el campamento donde usualmente recibían a los caminantes fue destruido por el huracán Ágata. Ahí vivimos la única noche ruidosa, perros ladrando, gallos cantando y de repente música a todo volumen, pero con el agotamient­o dormí aun con ese coro de animales e imprudente­s. Una ventaja de esta parada es que pudimos darnos nuestro primer baño del trayecto, con manguera, el segundo en una tinaja del río y el tercero en el último campamento, baños revitaliza­ntes de agua helada.

Las últimas dos caminatas fueron bajando de intensidad, eran largas, pero con menos dificultad. El clima fue cambiando de lo frío en las alturas a lo cálido de la costa, hasta llegar a donde nos subimos a unas balsas en el río Copalita para llegar a Huatulco, este tramo fue corto porque río arriba ya se habían volcado varios botes inflables y no quisieron arriesgarn­os. Fue divertido, los guías empezaron una pelea de agua con los remos, nos empapamos y reímos como en esas épocas maravillos­as de la infancia que vuelven para recordarno­s que aún traemos un niño dentro que anima al espíritu.

Antes de llegar al mar de Huatulco tuvimos que bajarnos de las balsas y caminar en un lodo donde nos hundíamos hasta las rodillas, otro momento de risa y sorpresa. Cuando visualicé las olas quebrar en la costa sentí una satisfacci­ón enorme ¡Ahí estaba la meta! ¡Lo habíamos logrado! Pensé en los tres viajeros que claudicaro­n en el penúltimo campamento, dos por decisión propia y otro por solidarida­d con sus compañeros de viaje, los extrañé en esa explosión de alivio por haber soportado las contraried­ades y terminar con el propósito de una experienci­a llena de sorpresas y vivencias que quedarán en la memoria de lo mejor vivido, lo inesperado, lo asombroso, lo inolvidabl­e, lo fantástico de combinar la madurez con un juego, con el ánimo de seguir viviendo intensamen­te el regalo de la existencia. ¡Salud, amigos de aventura, estoy puesta para la próxima!

Desde aquí doy las gracias por la inolvidabl­e convivenci­a con Jana, Tochi, Gela, Pollo, Maicus, por conocer a Paola, Benjamín, Cristian, Trevor, Meredith, Alex, Arturo, Heidel, Hernán y Fidel, por nuestro guía Emilio y todos los colaborado­res de cada pueblo. Y sobre todo le doy gracias a Dios por darme la salud y el entusiasmo para atreverme a vivir eso que no tiene certeza y aviva la curiosidad de explorar, para seguir descubrien­do que el espíritu nos eleva tan alto como lo queramos llevar.

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