El Heraldo de Chihuahua

La peor de las

- Mario Góngora Hernández Licenciado en Administra­ción de Empresas. Instructor en programaci­ón neurolingü­ística mgongorah@hotmail.com

codicias, la más desmoraliz­adora y la más peligrosa, es la de desear algo por nada. Ninguna cosa que valga la pena tenerla o conseguirl­a, se obtiene por nada, y la más interesant­e e importante de esas cosas es el éxito. Pero por ahí, el líder de la secta obradorist­a ofrece a manos llenas y la gente se entusiasma, se interesa. Imagínense ¡¡un sueldo llamado apoyo, o beca por no hacer nada!!; bajará la gasolina, y la corrupción terminará como por arte de magia.

A ese líder inútil, el que no sabe ni puede hacer nada, ha olvidado por completo que la riqueza en recursos naturales del país no cuenta gran cosa, sino lo que hagamos los mexicanos con ella.

Las leyes de la compensaci­ón establecen que no hay equilibrio sin movimiento, ninguna vida sin crecimient­o, y ninguna felicidad sin servicio. Alguien por ahí, que todavía esté en el pasado con los conceptos que rigieron a Fidel Castro y el “Che” Guevara, como es el partido Morena tarde o temprano llegará a comprender que la

La prosperida­d verdadera no puede ser del que está atenido a las promesas de un auto redentor, de la ayuda ajena; del que se cansa con el menor esfuerzo, siempre atenido a las dádivas

riqueza no es consumida porque la gente sea rica, sino que es rica porque consume la riqueza, y sobre todo, que nada es riqueza sin el trabajo humano. Que la riqueza no es dinero, no son las tierras, no es el petróleo, ni las refinerías fuera de época, ni las minas, ni un aeropuerto también inútil; la única riqueza es la abundancia de trabajo, de bienestar bien habido. Es la capacidad para bastarnos solos, sin los regalos prometidos.

La prosperida­d verdadera no puede ser del que está atenido a las promesas de un auto redentor, de la ayuda ajena; del que se cansa con el menor esfuerzo, siempre atenido a las dádivas, del que siente terror por el trabajo y del que se achica ante situacione­s adversas.

Había un dicho de hace muchos años que nos ilustraba: “El industrios­o sigue teniendo su riqueza y el perezoso su queja”.

El más grave peligro para la democracia no está tanto en el materialis­mo de izquierda, sino en el idealismo falso y mal entendido del que aspira a la dictadura. Nadie es más intolerant­e que el mandatario ignorante o equivocado que cree que está obrando con justicia, y peor aún, cuando lucha por tener una autoridad ilimitada. Por mucho que sepan los líderes, no pueden saberlo todo, aunque se crean los ungidos y enviados por Dios para gobernar.

No puede beneficiar­nos ninguna intención, ni ninguna filosofía que contradiga nuestra propia experienci­a.

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