“DESDE CUALQUIER ÁNGULO
EN EL ENTORNO” avista la controversial reforma electoral que propone la reducción de curules en las dos cámaras: alta y baja; de Senadores (96 de 128) y de Diputados (300 de 500), disminución del desmedido financiamiento a los partidos políticos y una medición racional de los tiempos promocionales que inundan la TV, la radio y los medios de comunicación de manera exagerada, mayormente en épocas electoreras.
A mí me parece que iríamos en retroceso al reprobar todos los acontecimientos y múltiples sesiones analíticas y múltiples desavenencias que dieron paso a la conformación de una institución, el INE, que aunque atribuye ser una estructura cupular de muy altos sueldos, emolumentos y prestaciones (descuido imperdonable de la ciudadanía por permitirlos), es ejemplarmente un orgullo propio en los ejercicios electorales y con reconocimientos internacionales ajenos, en pro de nuestra coartada democracia.
Una nueva conformación de la estructura de la autoridad electoral, quiérase que no, intuye la desaparición de nuestro orgullo nacional, léase INE y de los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLEs) que resuelven las elecciones en cada entidad federativa, intuye también la desaparición de los Tribunales Electorales que, aun ante el alto precio de cada voto, dirimen salomónicamente hasta las diferencias conceptuales.
Preténdese la creación de una nueva autoridad centralizada con un pomposo título de Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC), que aunque se integraría con siete consejeros en vez de once, elegidos por el voto popular, integraría el listado nominal de los electores, pero sin conformar el Padrón electoral, significando que otra instancia tendría que resolver la credencialización con fotografía.
Ante la atractiva reducción de senadores y diputados, acorde al criterio poblacional, habría que valorar si tal determinación
acaso rompa con una representatividad efectiva y nos “salga más caro el caldo que las albóndigas” y, finalmente, si se ajustan los dineros participativos para cada partido, ¿quién(es) garantizarían que la consecución a través de otros “proveedores” fuera limpia y pura como el agua potable?
Ante la atractiva reducción de senadores y diputados, acorde al criterio poblacional, habría que valorar si tal determinación acaso rompa con una representatividad efectiva y nos “salga más caro el caldo que las albóndigas”