La vanidad se define
como “un tipo de arrogancia, engreimiento, una percepción exagerada de la soberbia”. De acuerdo a la teología cristiana clásica, la vanidad hace que el hombre no necesite de Dios. Es considerado muy a menudo como el “vicio maestro”.
Normalmente somos demasiado orgullosos para aceptar que ignoramos algo, para admitir que nos equivocamos y sobre todo para reconocer el mérito que otras personas tienen. Y este orgullo producido por la vanidad es lo que más daña nuestro espíritu.
Pero el que es vanidoso y trata de impresionar a otros con una apariencia de ser mejor, se engaña solo. Esto es, porque la verdadera grandeza de un hombre no consiste en ocupar grandes puestos ni en la política ni en la empresa, sino en hacer grandes cosas con pocos recursos; en amar la conciencia tranquila en lugar del dinero y en ser útil a los demás.
Lo peor que le puede pasar a alguien es ser reconocido o elevado artificialmente, pues no podrá mantenerse arriba para siempre, y a la falta del apoyo que lo sostiene, cae estrepitosamente. En la política es común este encumbramiento que convierte en vanidosos a los más humildes. A la primera sensación de poder, muchos que conocimos bien, ya nos desconocen.
La vanidad vestida de soberbia no permite el acomodo natural de las personas en el mundo, pues cada persona ocupa el lugar que le corresponde en esta vida. Sin embargo, si somos pequeños en espíritu, nuestro destino será pequeño, y si somos grandes, el destino será grande. Está en nuestras manos uno u otro.
A sabiendas o no, toda persona en este mundo subimos, bajamos o permanecemos estacionarios. Pero para crecer al menos un poco cada día, necesitamos voluntad y perseverancia. Y la grandeza no puede medirse en forma material; está en la educación y el carácter; en la sencillez y en una rectitud sin pretensiones.
Todos sabemos que en la vida, todos tenemos que partir de la raya y quien quiere acortar su esfuerzo vía favores y deshonestidad, encuentra que éstas, al final de todo, se convirtieron en desventajas. Los que siempre buscan las ventajas, los favores y el delinquir, son los que buscan tener algo por nada. Estos son los vanidosos.
Para desarrollar nuestra fuerza es indispensable que seamos nosotros mismos quienes solucionemos nuestros problemas y dificultades, en vez de atenernos a la ayuda de los demás, pues el que es de espíritu humilde aprende constantemente; saber vencer los obstáculos que se le presentan, y se engrandece con cada actividad en la que se involucra.
Alguien dijo que la vanidad es la lepra del alma, y que es el principio de todos los pecados, ya que este orgullo o sentimiento de superioridad lleva a la arrogancia y a la prepotencia que convierte en sistemático el abuso de las demás personas.