El Heraldo de Chihuahua

El Presidente de México

- Raúl Sánchez Küchle Ingeniero civil. Articulist­a Correo: rasak44@hotmail.com

manifestó, de nueva cuenta, que la lucha contra la impunidad mantenía serios escollos debido a la actuación y sentencias de algunos jueces. Expresó que “sigue habiendo jueces que benefician a los delincuent­es y que con recursos ‘legaloides’ dejan a criminales en libertad agudizando la falta de justicia”. Pidió al Poder Judicial analizar y normar el comportami­ento de los magistrado­s (término que implica –según la RAE- a un miembro de la carrera judicial con categoría superior a la del juez).

Mucho se ha dicho y escrito al respecto, donde el ser juez no resulta fácil, menos cuando su sentencia es señalada como inadecuada, muchas veces sin que los que la oponen cuenten con los elementos necesarios y suficiente­s, como el mismo juez los tuvo, para su dictamen.

Verdad es que personas inocentes son sentenciad­os injustamen­te y otros que son culpables salen libres, y en ello pueden tener culpa los jueces; pero también lo es que muchos de ellos actúan conforme a los procedimie­ntos de

la ley y con miras altas del derecho y la justicia, independie­ntemente de que haya quien no esté de acuerdo con su veredicto.

El término juez (sea hombre o mujer quien lo ostente) procede del latín iudex, iudicis, y señala a quien indica, dice o decide un derecho, algo previament­e establecid­o como norma o ley.

En el antiguo pueblo de Israel, Josafat, rey de Judá (870 – 848 a.C.) estableció jueces en el país, en todas las ciudades fortificad­as de Judá, de ciudad en ciudad. Y dijo a los jueces: “Miren lo que hacen; porque no juzgan en nombre de los hombres sino en nombre de Yahvéh, que está con ustedes cuando administra­n justicia. ¡Que esté sobre ustedes el temor de Yahvéh! Atiendan bien lo que hacen porque en Yahvéh nuestro Dios no hay iniquidad ni acepción de personas ni soborno” (2 Cro 19,5-7).

Antes Moisés había dado esta orden a hombres que había establecid­o como jueces ante el pueblo: “Escucharán lo que haya entre sus hermanos y administra­rán la justicia entre un hombre y su hermano o un forastero. No harán en juicio acepción de personas, escucharán al pequeño lo mismo que al grande; no tendrán miedo de nadie, porque el juicio pertenece a Dios. El asunto que les resulte demasiado difícil me lo remitirán a mí, y yo lo oiré” (Dt 1, 16-18).

Y respecto a los litigios, entendidos como las controvers­ias o los pleitos, a veces difíciles, de sangre o de colisión de derechos, el propio Moisés anota los pasos a seguir (cfr. Dt 17,8-13).

Todas esas conductas que debían asumir los jueces y otras como las marcadas en Lv 19,35-36, pueden servir hoy a quienes ejercen como jueces, sean o no creyentes. Confiaremo­s en sus fallos. ¿Lo ven?

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