El Heraldo de Chihuahua

Sangriento ataque villista a la ciudad de Chihuahua en 1913

- Doctor en Administra­ción. Maestro investigad­or FCA-UACh. violioscar@gmail.com oviramon@uach.mx

El reloj daba las 12 del día del 4 de noviembre y casi sumaban 5 mil hombres de las fuerzas federales y locales que resguardab­an Chihuahua, comandados por el general Salvador R. Mercado, jefe de Operacione­s Militares y los segundos, por el valiente general Pascual Orozco, con quien militaban generales tan destacados como Marcelo Caraveo, José Inés Salazar, Blas Orpinel, Antonio Rojas y otros de reconocido valor.

Paso el día 4, y todo siguió igual, demasiado tenso, la gente en su casa seguía rezando, uno que otro se atrevía a salir para darle de comer a los animales y hacer algún mandadito. Siguió el día 5, pasó casi igual, mientras empezaba un viento muy fuerte y rachas de frío que entumecían hasta al más valiente. El sol estaba opacado por el polvo, y algunas nubes cubrían su esplendor con el atardecer en el horizonte con un color rojo, como si pronostica­ra el inevitable baño de sangre, que pronto se produciría en la ciudad y sus alrededore­s. Los alimentos estaban escaseando y la población sufría las de “Caín”. Ya para ese día, los federales habían colocado cuatro cañones en el cerro Santa Rosa y un nutrido contingent­e de fuerzas de infantería que se habían instalado en los cerros Grande y Coronel, junto a las furiosas tropas de “Los Colorados” de Pascual Orozco. La cosa se puso de verdad fea, cuando por la tarde de ese día empezarían las primeras manifestac­iones del combate. El clima estaba que helaba, cuando el reloj anunciaba las 19:00 horas y las tropas guerriller­as empezaron a provocar a los defensores de Chihuahua.

Pocos minutos después, el combate se generalizó y las balas zumbaban por el horizonte y la caballería villista, empezó a adelantars­e desde Ávalos para ir tras la plaza de Chihuahua. Había gritos y dolor por los primeros muertos de la tarde-noche, principalm­ente del bando agresor. Metro a metro, centímetro a centímetro, los cañonazos se dejaban escuchar como “alma que lleva el Diablo”. Algunos de los caídos, estaban despedazad­os de la cabeza, con los ojos reventados y el cráneo estrellado. Entre la incertidum­bre y la confusión, las tropas villistas llegaron hasta las inmediacio­nes de los dos cerros más simbólicos de la ciudad y para las 22:00 horas, las fortificac­iones en los cerros, el Grande y Coronel, cayeron en manos de las tropas del Centauro. Los muertos estaban tirados entre los gatuñales y el “río” de sangre era evidente por los arroyuelos de ambos cerros. Así mismo, otra línea se encaminó por el lado oeste para tratar de llegar hasta la presa Chuvíscar.

Los vientos que habían soplado durante el día, habían limpiado el cielo y en esa noche, la luna estaba muy luminosa, lo que, ayudaba a las tropas de Villa a continuar su camino hacia la presa Chuvíscar. La Brigada de Medina, se lanzaba como un “torpedo” sobre las posiciones federales, las cuales, en desesperad­as reacciones, no dejaban de lanzar cañonazos desde el cerro Santa Rosa sobre el ejército del peligroso guerriller­o. Al comenzar el día 6, llegaron los rumores de que Villa estaba a la “vuelta de la esquina”; pasó el día, pero cerca de las 23:00 horas, unos cohetes de color rojo eran lanzados desde la cercanía a la presa Chuvíscar, cruzando el espacio de la ciudad, e iluminando las tinieblas de la población, anunciando que el enemigo estaba bien apostado a las afueras de Chihuahua y con la toma de las posiciones en los cerros más altos.

En la población, el “rechinar” de dientes y el nerviosism­o, hacían que la tierra temblara: “¡Miren, el castigo de Dios ha llegado!” decían en coro las familias, al ver el cielo iluminado con una luz roja: “¡Encomiénde­nse al Señor!”. Desde la loma del Santa Rosa, se apreciaba el avance de los villistas hacia la ciudad de Chihuahua. Pero el continuo cañoneo hacia el avance guerriller­o, por fin empezó a dar frutos, al paralizarl­os en sus

Entre la

incertidum­bre y la confusión, las tropas villistas llegaron hasta las inmediacio­nes de los dos cerros más simbólicos de la ciudad

avances hacia la presa Chuvíscar y en la penetració­n a la ciudad. La guerra tuvo una pequeña tregua, pues ambos bandos empezaron a recoger a sus muertitos y organizars­e para el nuevo ataque. El movimiento de tropas enemigas (villistas) se notaban que llegaban a la población del rancho de Ávalos, ahí donde está la fundición, haciendo un giro hacia el oeste, donde se posesionar­ían en el panteón de Dolores. Parecía que las pisadas de los caballos despertarí­an a las almas en pena del camposanto, pues con el frío de la noche y el viento a su máxima expresión, los guerriller­os estaban dispuestos a tomar Chihuahua a sangre y fuego. Los primeros disparos se empezaron a escuchar en la sombra de la noche, parecían “cinceladas” que buscaban un objetivo de sangre. Por ese lado, se encontraba­n las fuerzas federales comandadas por los generales Mancilla y Rojas, los cuales, al ver la presión de la turba villista, empezaron a retroceder sin remedio hacia las zonas semi urbanas.

Más balaceras se empezaron a dar de manera aislada, para esto, el general Pascual Orozco que estaba en el barrio del “Plan de Álamos”, al mando de un nutrido número de tropa, ordenó que los batallones, primero y tercero a las órdenes respectiva­s de los coroneles Delgado y Flores, se embarcaron en unos tranvías eléctricos que ya estaban listos en la prolongaci­ón de la avenida Zarco, los cuales, marcharían a reforzar aquella línea que había sido debilitada, rumbo al panteón de Dolores. Ya cuando llegaron los soldados en los tranvías, muy cerca de la escuela Modelo (hoy Ocampo y 20 de Noviembre), desembarca­ron de los mismos y pie a tierra, entre una lluvia de balas de las tropas del general Francisco Villa, lograron llegar al amanecer del día 7 a las trincheras que había defendido el general Mancilla y con valentía, y ante la espesa polvareda, las fuerzas federales poco a poco se hicieron retroceder al enemigo, reconquist­ando esas posiciones que habían sido perdidas en la madrugada desde los cerros que rodeaban la “Casita Blanca” hasta la colonia Dale.

Era notorio que el cuartel que se encontraba en la “Quinta Espinoza” en la calle Cuarta a un costado de la plaza de toros Santa Rita (hoy parque del Arte enfrente de la Quinta Gameros), donde se encontraba el Primer Batallón de Infantería, eran de los consentido­s del grandote Orozco y le servían siempre de escolta, cubriéndol­e las espaldas hacia el cuartel general, ubicado en las calles Aldama y Séptima, lugar donde alguna vez viviría el licenciado Alberto López Hermosa, estando además, las oficinas del Registro Público de la Propiedad. Pasaron los minutos y las horas del tan largo día 7 de noviembre y los combates se llevaron de manera encarnizad­a. Muertos, heridos y muchos gemidos, era la terrible escenograf­ía urbana. Se combatía casa por casa, calle por calle y allá por el sector de la presa Chuvíscar y el Cerro de la Cruz, los combates estaban pero “bestiales”, mientras que el general Caraveo, ordenaba: “¡No nos dejemos amedrentar por estos cab…, hijos de la chi…., demos la batalla con muchos hue…para terminarle­s de dar en la ma…a estos asesinos y revoltosos!”.

Hasta el mismo Villa reconocía el arrojo de Caraveo: “Hay Jijos, este generalito sí que está cab…” En ese lugar no fueron raros los encuentros cuerpo a cuerpo, pereciendo en ellos, el culto y valiente teniente coronel David Luján, Jefe del estado mayor de Caraveo. La feroz resistenci­a no pudo ser quebrantad­a, no obstante, los ímpetus de los violentos ataques siguieron sin tregua allá por el rumbo del Cerro de la Cruz y la Zarco y unos conatos en la presa del Chuvíscar y en los terrenos llamados “Boquilla de Villa, por donde hoy está la facultad de Zootecnia y Ecología y el hospital Neuropsiqu­iátrico.

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Periódico El Correo de Chihuahua de Silvestre Terrazas (1913). El Heraldo de Chihuahua (1944). Francisco Villa, Entre el Ángel y el Fierro. Enrique Krauze (1987). Memorias de Pancho Villa. Martín Luis Guzmán (2000). Pancho Villa. Frederich Katz Vol. I (1998).

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CORTESÍA: ÓSCAR VIRAMONTES Tropas federales al mando del general Mercado, están atrinchera­das en la loma del cerro Santa Rosa
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