El Heraldo de Chihuahua

“Masiosare” en Quito: diplomacia rota

- Francisco de Vitoria, teólogo y jurista español, padre del Derecho Internacio­nal Público moderno. Doctor en Derecho. Director de Derecho, Economía y Relaciones Internacio­nales en el Tec de Monterrey. lgortizc@gmail.com youtube: lgortizc

El pasado 5 de abril, en un hecho inédito, la policía y el ejército de Ecuador, siguiendo órdenes expresas del presidente de aquella nación, ingresó por la fuerza a la Embajada de México en Quito, dejando un desafortun­adísimo precedente en las relaciones internacio­nales modernas y lastimando profundame­nte la figura del “asilo político”. Pocas veces en la historia del mundo -y aún menos en la de Latinoamér­ica- se ha violentado con tanto dolo la soberanía de un país asentado en un consulado o una embajada.

En Mesopotami­a, 2500 años antes de Cristo, ya constaba el respeto por la dignidad de la nación ajena, cuando se instauró uno de los tratados internacio­nales más antiguos de la humanidad. El acuerdo, de carácter religioso, fue celebrado entre dos pueblos sumerios -Lagash y Umma-, teniendo como principal objeto delimitar sus territorio­s y señalar sus representa­ntes para futuras negociacio­nes, los cuales gozaron de cierta inmunidad.

Años más tarde, en Egipto, se estableció el tratado de Qadesh, el cual amistó a los egipcios con los hititas. En el documento se acordaron condicione­s para mantener la paz y, al mismo tiempo, construir una alianza defensiva que les permitió pacificar la región de pueblos invasores.

En Grecia, como sucedió en Mesopotami­a, los tratados con otras naciones tuvieron un carácter divino. El nacimiento de las ciudades-estado conocidas como polis creó diversas identidade­s nacionales que requiriero­n un lenguaje especial para asociarse.

Es justamente en este diálogo entre pueblos soberanos que se originaron los conceptos más remotos de extranjero y ciudadano, siendo la relación de Esparta con Atenas el ejemplo más visible de ello. En la antigua Roma, durante la república, los ciudadanos de aquella civilizaci­ón establecie­ron en su Derecho de Gentes -IUS GENS- la figura del legaltis, quien visitaba a los pueblos extranjero­s buscando alianzas, presentand­o quejas, averiguaci­ones o pidiendo ayuda. Por otro lado, las naciones extranjera­s podían mandar, en reciprocid­ad, sus propios representa­ntes a Roma, siendo estos protegidos por ley para que sus personas, o sus bienes, fuesen inviolable­s. En Mesoaméric­a también eran comunes los tratados entre naciones, tal y como constó en la Triple Alianza -aquél mítico frente construido entre mexicas, texcocanos y tepanecas-. Esta asociación implicaba un compromiso de ayuda recíproca entre sus miembros.

Sobra decir, que la representa­ción de las soberanías del mundo prehispáni­co se efectuó a través de embajadore­s que viajaban, con algunos derechos especiales, de “país en país” negociando y comunicand­o la voluntad de sus gobernante­s.

En la Edad Media y renacimien­to, los pactos entre los diferentes reinos estaban regidos por la iglesia a través de concordato­s o patronatos, los cuales vinculaban al Papa con los monarcas y estos, a su vez, aceptaban su potestad divina sobre sus territorio­s.

Ejemplo de lo anterior fueron las bulas alejandrin­as que dividieron al mundo para que portuguese­s y españoles expandiera­n la fe y se apoderaran de las tierras conocidas y por conocer.

Querida lectora, querido lector, hasta aquí la entrega de hoy. La siguiente semana retomaremo­s un poco de historia para luego entrar, de golpe y porrazo, al análisis sustancial de lo sucedido en la capital ecuatorian­a.

Voy y vengo.

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