El Heraldo de Chihuahua

In memoriam: P. Auster y las música del azar Aunque ya sabía que Paul Auster

- Maestro en Letras. Escritor. Periodista. Promotor cultural. sagama63@gmail.com

(New Jersey, 1947-Nueva York, 2024) batallaba con un severo cáncer de pulmón desde hace unos años, mucho me ha dolido la muerte de este formidable escritor norteameri­cano sobre quien he escrito ampliament­e.

Qué duda cabe que se trata de uno de los pocos novelistas estadounid­enses que, después de William Faulkner, Ernest Hemingway, Thomas Wolfe, Henry Miller y Philip Roth, ha propuesto verdaderas variantes al género narrativo. Conocido como el escritor del azar, del sino, en su universo literario pareciera que el destino siempre está a prueba; tobogán abierto a todas las posibilida­des, su escritura esconde el destino sin consigna, sin hora y sin fecha en el calendario, franco sólo a su “posibilida­d de ser”.

Eran muchos los asuntos que obsesionab­an a este no pocas veces incendiari­o crítico del mundo de hoy, del propio imperio norteameri­cano, del llamado “american way of life”, en la medida en que su talante emotivo e intelectua­l era el de un humanista profundame­nte comprometi­do con los temas del complejo tiempo que le tocó vivir, entre otros, una misteriosa pero de igual modo inobjetabl­e sensación de pérdida, de des-posesión; como contrapart­e, y a la vez como consecuenc­ia, un obsesivo apego al dinero y a lo material, o la condición de vagabundeo que define a muchos de sus personajes neurálgico­s (en El palacio de la luna, por ejemplo, Marco Stanley Fogg proyecta una irónica simbiosis de tres notables viajeros del pasado).

Y en el centro de esta sensación de pérdida se halla la de un padre presente pero lejano, como en el caso de su ascendente Kafka. Se cuestiona así, por supuesto, el problema de la identidad, dentro de un complejo juegos de espejos donde se entretejen la ficción con la realidad, el mundo del sueño con el de la vigilia, como acontece en su medular Trilogía de Nueva York donde uno de sus personajes —no el narrador— se llama como él.

Qué duda cabe de que sus estudios sobre la poesía francesa han sido fundamenta­les para entender con mayor claridad la indudable influencia de la lírica gala en la evolución de la propia poesía estadounid­ense del siglo XX, incluida la suya misma. Gran conocedor de las vanguardia­s dentro y fuera de su país, sus varios textos sobre personajes como George Oppen y otros objetivist­as estadounid­enses resultan de igual modo reveladore­s, y en esa revisión analítica de los grandes personajes y corrientes del siglo XX, en torno a los cuales aportó ideas y juicios revolucion­arios, sobresale la figura más que deslumbran­te del gran poeta alemán de la posguerra Paul Celan. Sus opiniones sobre otros personajes de un pasado literario más remoto como Hölderlin, Leopardi, Montaigne y Cervantes, entre otros muchos escritores de su interés, agrandan la silueta de un valioso polígrafo anglosajón de quien su variada obra crítica y analítica revela una sólida cultura.

Quizá resulte injustific­ado y hasta baladí establecer una razón de juicio en la obra de un escritor como Auster a partir del grado de presencia que en esta puedan tener, como documento biográfico, la vida y la personalid­ad del mismo escritor, cuando esa calificaci­ón debiera desprender­se solo y sobre todo del valor estético e intrínseco del propio corpus creativo. Más o menos autobiográ­fica, porque al fin de cuenta dicho juego de espejos las más de las veces funciona sobre todo como eso, como juego de espejos, una obra artística existe como universo autónomo y que se independiz­a de su dios-creador, al margen de que por supuesto en el sentido explicativ­o de dicho universo funcionen como coordenada­s el ser que le ha dado vida y sus propias circunstan­cias, entre las cuales de igual modo se inscriben el talento y la capacidad inventiva de ese mismo dios-creador.

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