Ambiciones que matan
Carranza fue víctima de una ambición que no conoció Madero: el poder. Don Venustiano era un político; Madero, más que un estadista, fue un apóstol lleno de idealismo.
Zapata, como buen indio y como buen ranchero, sabía leer las intenciones de los hombres. En cierta ocasión le dijo a Gerardo Murillo, que luego llegaría a ser el "Doctor Atl", famosísimo pintor:
-Veo en Carranza aspiraciones peligrosas.
Las tenía ciertamente el Varón de Cuatrociénegas, como lo prueba el acto final de su dominación: la intentona que hizo para dejar en su lugar al ingeniero Ignacio Bonillas, en quien contaba como incondicional.
Zapata no tuvo esas ambiciones. Se recuerda mucho la famosa escena en que Villa y el caudillo suriano se vieron frente a la silla presidencial. Villa, con una carcajada de burla, se sentó en ella, y con una sonrisa de oreja a oreja dejó que los fotógrafos se dieran gusto retratándolo. Luego se puso en pie y dijo a Emiliano:
-Ora te toca a ti.
Zapata no se sentó en la silla. -Yo no pelié para esto -dijo-. A mí no me importa nada la política. Deberíamos quemar esta mugre, para acabar de una vez por todas con las ambiciones.
En esas palabras se traslucía algo de las enseñanzas anarquistas que Zapata había aprendido en "Regeneración", y en labios de sus primeros maestros revolucionarios.
Varias veces tuvo ocasión Zapata de erigirse en una especie de sangriento dictador. Nunca lo hizo. Las hordas zapatistas hicieron temblar a los habitantes de la Ciudad de México. El poder absoluto estuvo en la mano de Zapata. Pero él quería la tierra, no el poder político, y jamás ambicionó la presidencia. Llegó a amenazar alguna vez:
-Al que me diga que yo puedo ser presidente me lo quebro.
Tampoco Francisco Villa ambicionó el poder.
En el gobierno de Carranza empezaron muchos de los males que luego afligirían la vida mexicana. Las luchas de los caudillos por el poder -Carranza, Obregón, Calles- habría de terminar al formarse el partido oficial concebido por Plutarco Elías Calles, partido que ciertamente devolvió la paz a México, pero enfermó de plano la vida pública nacional, a la cual convirtió en un tejido inacabable de corrupciones que llega hasta nuestros días.
Por eso la figura de Madero no es exaltada por la propaganda oficialista: porque el coahuilense predicó la democracia.