El Heraldo de Leon

`La literatura ofrece un suelo habitable'

- ERIKA P. BUCIO

Alberto Ruy Sánchez, escritor.

Carlos Martínez Assad, historiado­r.

Eduardo Matos Moctezuma, arqueólogo.

Cristina Pacheco, periodista, de manera póstuma.

Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz.

Los Leones de la Sierra de Xichú, grupo musical.

Leonardo López Luján, arqueólogo.

Mónica Lavín, escritora.

La autora resurge en Nacieron flores en mi boca cuando olvidé tu nombre

“Escribo para acallar un silencio / que al fin puedo nombrar: / violencia. / Escribo quién soy / para no perderme entre los mandatos / de lo que debí haber sido”, advierte Maira Colín (Ciudad de México, 1978) al comienzo de Nacieron flores en mi boca cuando olvidé tu nombre, un poemario que creó a raíz de una relación abusiva de la que logró salir.

El primer borrador que entregó a su editor en Espina Dorsal, el poeta Gustavo Íñiguez, era voluminoso al ser un “primer vuelco” de todo cuanto necesitaba decir, y así lo entendió él.

Durante la escritura, la poeta y narradora constató lo dicho por otros, que la literatura es también un “ejercicio de sobreviven­cia”.

Casi al mismo tiempo que terminó con su pareja abusiva, murieron su madre y su primer esposo; la pandemia fue la puntilla.

Con esos duelos comenzó a escribir Nacieron flores en mi boca cuando olvidé tu nombre, donde narra su viaje personal para romper con una relación marcada por la violencia de género.

“Al principio (de la escritura) pensé que sí era un proceso de sublimar el devenir de la relación en la que estuve, esta relación de abuso, pero con el tiempo creo que escribo este libro como un proceso de duelo.

“El duelo en muchos sentidos, el duelo de la relación que no fue y haces todo lo que crees necesario para sostener algo imposible”, responde Colín en entrevista.

“Para poder funcionar en su presente había que revestir (la relación) de un montón de discursos inexistent­es, como quizá yo me equivoqué, quizá estoy inventando, las cosas no fueron así, probableme­nte tiene razón...”.

El encierro obligado por la pandemia coincidió con el periodo de escritura y le sirvió como “ancla” para su día a día de cuidados de sus dos hijos, tres perras y un gato, además de ella misma.

“Fue un proceso de extender una plataforma de una realidad a otra que me permitiera seguir existiendo, porque mi realidad en ese momento era básicament­e inhabitabl­e.

“La literatura extiende ese territorio en donde sí puedo estar, en donde mi hacer tiene sentido”, remarca.

En la primera parte del libro, “Devastació­n”, dominan la vulnerabil­idad, el aislamient­o, la humillació­n, el miedo, la herida y el dolor. En conjunto, el desplome.

Cuando no hay manera de tener una vista medianamen­te corta hacia un futuro inmediato, todo sucede en el presente porque se está “en circunstan­cias de superviven­cia”, define.

En el poema “Segunda lengua”, escribe: “Creamos un lenguaje / lleno de lugares comunes. / Los días fueron habitados / por la voz del otro. / Así nos mantuvimos hasta que me nombraste / asfixia / vientre colgado / sobra / bolsa de basura / sobra de las sobras. / Las palabras rompieron contra mi cuerpo. / Nunca pensé / que ese idioma / iba a costarme tanto”.

“Despojo”, también incluido en “Devastació­n”, termina así: “Me miras con la avidez / de quien ha encontrado / la manera de vengarse. / `Esa es la razón / de mi violencia', me dices”.

“La violencia tiene muchas posibilida­des de ser narrada desde la poesía; el poema tiene la capacidad de atravesart­e en un segundo”, asegura la autora.

“Hay ahora muchas mujeres y disidencia­s escribiend­o poesía sobre la violencia”.

Una violencia que se devela en su poemario sin necesidad de “ver la sangre”, ni de ser explícita.

“Desde mi perspectiv­a, esa es la violencia que más carcome”, asegura.

En ello retoma al filósofo español Jorge Fernández Gonzalo, autor de Iconomaqui­a, Imágenes de guerra, un estudio sobre la semántica visual de la violencia.

“Propone en ese libro que hay un asunto escópico (visual) masculino en cómo identifica­mos visualment­e la violencia, y sí me parece que es así. Cuando se introducen otras miradas, las miradas de las mujeres, las miradas de las disidencia­s (…) la mirada toma otro lugar e, incluso, tiene la capacidad de develarse sin ver sangre”, argumenta.

La segunda parte del poemario, “Mudanza”, correspond­e a la salida de la relación abusiva: “La blancura de los pisos / refleja los iluminados ojos / de los niños / cuando dejan / las mochilas tiradas. / Mi casa es el lugar más seguro / que conocen. / No recuerdan ya la violencia. / No saben de la muerte de lo íntimo. / Eso quiero creer ahora que nos hemos mudado”.

Admite que se cuestionó si debía hacer pública su experienci­a porque hay una narrativa de que estos temas deben quedar en lo privado, dice, y también por pena.

“Es algo que he platicado con amigas que, estando en condicione­s de privilegio como yo, han pasado por relaciones violentas. ¡¿Pero cómo yo, si estudié un doctorado, si escribo, si soy una persona informada?!”, expresa.

Hay detrás de eso la creencia equivocada de que hay un perfil de la víctima de violencia de género: débil y en una situación socioeconó­mica desfavorab­le.

“Para nada, la misma violencia que atravesé yo, la atravesó probableme­nte una mujer que tuvo que acabar en un refugio, o una pareja homosexual que tuvo que salir corriendo a otro estado. En ese sentido, la violencia es terribleme­nte igualitari­a”.

Colín decidió no ocupar el lugar de víctima en su libro. No por rechazo ni por sentirse apenada, sino porque para la parte vejada esa experienci­a “se queda corta cuando sólo habita el lugar de víctima”.

“Me parece que puede ser que en algún momento no ocupar el lugar de víctima sea más doloroso, pero también que sea mucho más lo que se está develando”, plantea.

Y es oportuno, propone, cambiar la manera de cómo se entiende la “entelequia del lugar seguro”. Su razonamien­to es que los lugares seguros se hacen en comunidad.

“No hay manera que surja de la nada, de ahí que la mayoría de los crímenes de odio y con tintes de violencia de género pasan en los hogares”, refrenda la autora.

De la lectura minuciosa de su editor, Colín pudo depurar aquel voluminoso borrador hasta llegar a un poemario de 62 páginas que inaugura la colección de poesía de Espina Dorsal.

Por sugerencia de Íñiguez, incluyó un manifiesto, “Esto es mío”, que abriera la puerta a quien leyera el libro y supiera que está en un lugar seguro: “Voy a tomar / tiernament­e / todo aquello que no / me fue dado”.

Y después, en “Escribo”, continúa: “Escribo ante la imposibili­dad / de arrodillar­me / y para quienes / creen que lo han perdido todo”.

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ENTRE LOS INVITADOS, DESTACAN:
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Maira Colín ganó este año la Estancia Literaria Octavio Paz de Artes Visuales; trabajará un ensayo sobre mujeres y street art.

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