El lápiz (I)
Infaltable en la mochila de los útiles escolares de las niñas y niños, acompañado de los cuadernos, libros de texto, juegos de geometría, ábaco, manguillo, sacapuntas, crayolas, canicas, matatena y sus primos los colores; el lápiz, siempre con su punta afilada dispuesto a desplazarse por la libreta de cuadrícula, doble raya o bien de dibujo, el cual encontraba su lugar privilegiado en la parte superior del pupitre, ahí reposaba y se acomodaba.
Los más comunes eran amarillos de la marca Mirado, había otra clase de lápices, los usados por las secretarias para tomar el dictado en taquigrafía, pitman o gregg, muy delgados, de menor grosor. En las oficinas, depositados como banderillas en un toro, los lápices descansaban en un vaso, Gerardo Estada, escribe en el libro Homenaje al lápiz: “Este negro -grisáceo, semicristalino, escamoso y grasiento al tacto material… nace en Inglaterra hacia 1565 para más tarde llegar a todo el resto de Europa y América”.
Por su parte el autor de Aura, Carlos Fuentes, agrega en el texto antes citado, “A la campaña de Egipto, Napoleón Bonaparte, llevó consigo al inventor del lápiz moderno, Nicolas-Jacques Conté… fue quien ideó el uso de delgadas varillas de grafito y arcilla insertas en un manguillo de fácil manipulación y transporte”. Algunas reflexiones, escritas en el volumen del Homenaje al lápiz, el pintor Carlos Cuevas: “He sido y sigo siendo coleccionista de lápices. Tengo en mis baúles miles de ellos y como un avaro me gusta mirarlos y tocarlos olor a leña que produce la acumulación de ellos me fascina…”
Por su parte, la poeta Griselda Álvarez: “Te conocí en la infancia, quizá en primero de primaria, cuando todavía no me era permitido usar la pluma y mancharme con tinta todos los dedos… Compañero lápiz, de la mano en mi soledad, compañero en mi silencio”. La ensayista Neda G. de Anhalt: “Todo lo que he escrito y escribo, es con lápiz... Aunque se gaste, renace en otro, otros. Es inmortal”. El poeta Marco Antonio Campos, en su texto El lápiz y dos ateneístas, rememora a don Alfonso Reyes, quien decía, “un verdadero escritor utiliza los dos extremos del lápiz, uno, para escribir y otro para borrar. Recuerda a Mariano Silva y Aceves y su narración Campanitas de Plata, “A un señor que tenía un lápiz de le decían ‘el señor del lápiz dorado´ y él estaba, al parecer, muy orgulloso de tenerlo”.
El novelista norteamericano William Faulkner, autor de Santuario, expresaba, “El escritor no necesita libertad económica. Todo lo que necesita es un lápiz y un poco de papel”.