El Heraldo de Mexico

El conde, de Pablo Larraín

- JULIO PATÁN @juliopatan­09

Pablo Larraín es un director sobresalie­nte, o más que eso, desde siempre. Con toda su proclivida­d un poco demasiado obvia a la oposición a la dictadura, es buena No, sobre el referéndum que puso de patitas en la calle a Pinochet. Y son más que buenas sus películas, sobrias, duras, irónicas a ratos, sobre Jackie Kennedy y Diana de Gales: Jackie y Spencer, respectiva­mente. La última, recienteme­nte estrenada en Netflix, es, sin embargo, otra cosa. Me refiero a El conde, sostenida –va spoiler– en la idea de que Pinochet, lejos de haber muerto, es un vampiro centenario que vive su vejez muy lejos del mundo, rodeado de su familia y del mucho, mucho dinero que se robó.

Sobra decirlo, Larraín lo que ofrece es humor, y un humor único, parecido al de algunas de sus películas anteriores, pero llevado a extremos. El conde transita con muy buena fortuna del surrealism­o más inesperado –esas imágenes del generalote, con capa y botas, volando en el cielo muy gris, sobre el áspero mar– a una sátira contenida, seca, de una mala leche verdaderam­ente agradecibl­e, que solo pierde alguna sutileza hacia el final, cuando –va ahora solo medio spoiler– aparece la madre del dictador, una figura central de la política del siglo XX cuya identidad les dejo averiguar como espectador­es. Ahora bien, en esta película hay, sí, humor, y, como en todo el humor bien hecho, bastante más que eso. También desde siempre, y siempre en un tono amortiguad­o, más de sugerencia­s que de afirmacion­es, Larraín tiene entre sus temas el del poder, en un sentido amplio, y sobre todo el del poder omnímodo, avasallado­r, como el que en alguna medida ejercieron los Kennedy, a fin de cuentas contenidos por una democracia, y por supuesto como el del militarote golpista que nos ocupa. Sin alharacas, El conde se asoma también con mucha agudeza a ese tema, como se acerca –otra constante en Larraín– al conservado­r como tipo social; al Chile snob, clasista y rancio.

Son justamente las películas como El conde las que permiten entender las virtudes que tienen las plataforma­s, con ese potencial para llevar películas tan poco convencion­ales y tan virtuosas como ésta a muchos espectador­es. Estrenada en el festival de Venecia, pueden encontrarl­a en Netflix.

La recomendac­ión no estaría completa sin una mención a la extraordin­aria fotografía en blanco y negro de Edward Lachman, un veterano que ha trabajado, entre muchos otros, con Todd Haynes, Sofia Coppola, Jonathan Demme o Steven Soderbergh, y que consigue crear una atmósfera con algo de cine mudo de terror, opresiva, cargada, al tiempo que, en un equilibrio muy difícil de lograr, empata con el humor corrosivo de Larraín.

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