10 DÍAS QUE SACUDIERON (O NO) A PALACIO
El Presidente se dio un balazo en el pie al revelar el cuestionario de la corresponsal y su teléfono
Los empapados terminamos siendo los ciudadanos
El presidente Andrés Manuel López Obrador tuvo una semana y media para el olvido. Primero, la innegablemente exitosa marcha opositora/en defensa del voto que no sólo logró una muy buena convocatoria sino las imágenes para demostrarlo: el Zócalo repleto, el saldo blanco, la buena coordinación de sus promotores, de los partidos políticos de oposición y de la evidente beneficiaria, Xóchitl Gálvez.
Después, el doble gazapo de la declaración inicial de que el entonces Ministro Presidente de la Corte recibía encomiendas del Ejecutivo y las transmitía, que luego fue corregida por el propio Arturo Zaldívar. No queda claro qué era peor, si reconocer que el titular del Poder Judicial era un mensajero o que el susodicho le enmendara la plana a su líder político. Luego llegó lo que para algunos era un obús marca ACME: un reportaje del New York Times señalando supuestos financiamientos del crimen organizado a la campaña electoral de AMLO en 2018, en aparente seguimiento a la nota que había publicado antes Tim
Golden en ProPublica. La nota del New York Times fue como el parto de los montes: mínima sustancia, el mismo tipo de fuentes y falta de evidencias sólidas o -siquiera- de una investigación formal de parte de las autoridades de EU. Un refrito actualizado con una evidente intencionalidad política de parte de las fuentes citadas por ambos medios, que son obvias para cualquier observador mínimamente aguzado.
Así se las gasta la DEA desde que tengo memoria. Hasta aquí, todo era manejable, pero el Presidente decidió darse un balazo en el pie cuando reveló el cuestionario que le envió la corresponsal en México del NYT y -en él- su número de teléfono. El escándalo no se hizo esperar y superó, con mucho, al generado por la nota periodística. La muy probable violación a la ley por parte del Presidente, y su reiteración de que él (y su investidura/autoridad moral) están por encima de la ley. Como ha sido costumbre en este sexenio, el daño autoinfligido ha resultado mayor que el de cualquier adversario político y refleja una constante en la comunicación de este gobierno: al confiar única y exclusivamente en las habilidades de comunicación del Presidente, sus colaboradores lo colocan en situaciones de riesgo. El daño está hecho, pero la pregunta que debemos de hacer es qué tan duradero será o no, y si tendrá algún impacto en las preferencias electorales. Si el pasado sirve para predecir el futuro, esta tormenta pasará, como las anteriores, sin mayor afectación para el Presidente y su partido, mientras que los empapados terminamos siendo los ciudadanos.