DE LA NEUTRALIDAD DE LOS LETRADOS
¿No es la neutralidad la airada aceptación acrítica de lo dado?, ¿No es renunciar a pensar, a cuestionar el edificio del sentido común?
Sin filias, ni fobias; ni de izquierda, ni de derecha, espetan comúnmente nuestras más prominentes voces ilustradas.
Es en nombre de dichas consignas que se emprenden las más candentes discusiones y descalificaciones, elevando el “ser-neutral” a un estatus de actitud máxima frente a todo lo existente. Lo que nos dirige a una antiquísima interrogante: ¿Para conocer y actuar en el mundo es posible hacer a un lado los afectos y valores?
Las ciencias naturales y sociales comparten un denominador común: la exigencia de neutralidad ideológica, entendida como exentarse de toda valoración, para captar la realidad de una forma más exacta. Erigiendo así una escisión entre ciencia, política e ideología.
A no ser que, lo que sucede en el campo de las ciencias tiene implicaciones políticas y sociales, dicha actitud no nos resultaría problemática. Empero, influye en la manera en que entendemos la idea de ciudadanía, democracia, política, derecho y periodismo.
Llevada al extremo esta actitud se decanta por lógicas excluyentes y desmovilizantes, pues, ante cualquier acontecimiento nacional, los doctores de la razón nos exigen tomar una postura neutral para emitir una opinión considerada como válida o independiente. Todo lo contrario, se juzga como irracional, pasional, antidemocrático y anti moderno.
Si nos ponemos a pensar, la neutralidad resulta problemática en el campo de las ciencias sociales, la opinión pública y la política. Primero, porque los objetos sociales nos son dados a través de un sistema del que formamos parte.
Segundo, porque hablamos de relaciones sociales y no de cosas. Tercero, porque la selección de determinadas teorías, conceptos y problemáticas denota en sí, ya una posición ideológica y de poder.
A simple vista, ser neutral es una posición cómoda y prestigiosa, sin embargo, resulta infecunda al momento de responder a la pregunta latente de qué hacer ante la presencia de la barbarie, desde Auschwitz hasta el genocidio contra Palestina. Ya en los setentas, G. Friedman apuntaba en su libro sobre la Escuela de Frankfurt lo siguiente: “Los científicos sociales y los filósofos percibían la iniquidad de Auschwitz, pero sus metodologías y procedimiento racionales impedían que el rechazo personal se tradujera en un principio científico. Sus métodos exigían neutralidad”.
Es decir, sus metodologías los llevaron a guardar silencio ante la barbarie, a claudicar frente a lo dado, porque —como en el diván mi analista me dijo: elegir, no elegir, es una elección.
¿No es la neutralidad la airada aceptación acrítica de lo dado?, ¿No es renunciar a pensar, a cuestionar el edificio del sentido común?
Es hora de formularnos dichas preguntas, a no ser que, como en los versos de Niemöller, cuando vengan por nosotros, no haya nadie más que pueda protestar.
• A SIMPLE VISTA, SER NEUTRAL ES UNA POSICIÓN CÓMODA Y PRESTIGIOSA, SIN EMBARGO, RESULTA INFECUNDA AL MOMENTO DE RESPONDER A LA PREGUNTA LATENTE DE QUÉ HACER ANTE LA PRESENCIA DE LA BARBARIE, DESDE AUSCHWITZ HASTA EL GENOCIDIO CONTRA PALESTINA