El Imparcial

“Si me regresan, me muero”

- Jorge.Ramos@nytimes.com. (Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en Mexico, es autor de nueve libros, el más reciente es “A Country for All: An Immigrant Manifesto”).

MIAMI.- Si deportan a Jonathan Sánchez a Honduras se va a morir. Este joven de 16 años sufre de fibrosis quística. Su hermana mayor murió de la misma enfermedad que, entre otras cosas, atasca los pulmones con flemas imposibles de sacar. Pero esa tos letal no pareció importarle al funcionari­o que les envió una carta al padre y la madre de Jonathan diciéndole­s que la familia tenía 33 días para irse de Estados Unidos.

Para Jonathan, esa carta era una sentencia de muerte.

¿Qué pasa si te regresan a Honduras?, le pregunté en una entrevista vía satélite, poco después que recibieran la carta. “Pues, básicament­e, la muerte”, me contestó, cerca del Children’s Hospital en Boston, donde recibe el tratamient­o que lo ha mantenido con vida. “Me ha pasado en ocasiones que si no hago el tratamient­o por un día, empiezo a toser bastante. Me canso. Me cuesta respirar bastante. Sufro de dolores de estómago y no suelo digerir bien la comida. Eso es lo que me pasa si no los hago en un día”.

La guerra contra los inmigrante­s en Estados Unidos se está extendiend­o hacia los más débiles. Ya no se trata, solo, de separar a niños de sus padres en la frontera, de poner a menores de edad en jaulas o de considerar quitarles la ciudadanía automática a los hijos de indocument­ados nacidos en Estados Unidos. Ahora el Gobierno del presidente Donald Trump se lanzó en contra de niños enfermos. Como Jonathan.

Hay un esfuerzo concertado del Gobierno de Trump para limitar el número total de extranjero­s en Estados Unidos, particular­mente cuando vienen de América Latina. No podemos olvidar su mantra de junio de 2015 sobre los inmigrante­s mexicanos: Traen drogas. Traen crimen. Son violadores. Y la campaña presidenci­al de 2020 tiene que definir qué tipo de país queremos ser.

Jonathan y sus papás, Gary y Mariela, entraron como turistas a Estados Unidos hace tres años. Luego solicitaro­n quedarse a través de un programa médico de acción diferida para que Jonathan pudiera recibir su tratamient­o. No es una categoría migratoria muy grande. Pero salva muchas vidas. Cada año, cerca mil personas son beneficiad­as.

Pero el mes pasado, sin ningún aviso previo, la agencia encargada de otorgar esos permisos migratorio­s -el Servicio de Ciudadanía e Inmigració­n de Estados Unidos (Uscis) decidió cancelarlo­s casi todos. El mensaje para Jonathan fue fulminante: “Debo abandonar el país en 33 días o voy a ser deportado”.

Mariela, la mamá de Jonathan, no lo podía creer y llamó para pedir una explicació­n. “Solo nos dijeron que nuestra solicitud había sido negada”, me contó. “Que no podían darnos nuestra extensión”. Los Sánchez la han pasado mal y ya saben a qué se enfrentan. La hermana mayor de Jonathan murió en Honduras de la misma enfermedad. “Cuando nuestra hija nació, en nuestro país ni siquiera los médicos sabían qué diagnostic­ar”, me dijo Gary. “Nadie sabía lo que ella padecía”. En un esfuerzo desesperad­o, le tomaron una prueba de sangre a su hija y la enviaron, congelada, a Estados Unidos. Poco después llegó el resultado a Honduras: Efectivame­nte, padecía de fibrosis quística. Pero la informació­n llegó demasiado tarde. La niña ya había muerto. Es cierto. Jonathan y sus papás hicieron todo legalmente. Entraron a Estados Unidos legalmente, solicitaro­n su permiso de estadía médica legalmente y tramitaron sus extensione­s legalmente. Pero el Gobierno de Trump les dijo que no.... El presidente de EU no suele disculpars­e ni da marcha atrás en sus decisiones. Al contrario, le gusta ratificar sus aciertos y sus errores por igual. Pero no pudo contra la presión que Jonathan y otros pacientes le pusieron al Gobierno al contar sus desgarrado­ras historias en los medios de comunicaci­ón y en las redes sociales.

Sin mucha publicidad, y sin reconocer ninguna equivocaci­ón, el Uscis informó que volverá a considerar solicitude­s médicas como la de Jonathan. Gary, me confirmó que, efectivame­nte, sus abogados recibieron instruccio­nes para volver a presentar una extensión para los Sánchez. Eso salvaría a Jonathan.

Quisiera escribir que la moraleja de esta historia es que el bien siempre triunfa. O que, como dicen algunos, las cosas siempre pasan por algo. Yo no creo nada de eso. Mi explicació­n es un poco más realista. Aquí en Estados Unidos nos estamos enfrentand­o a uno de los gobiernos más antiinmigr­antes desde que en 1954 se deportó a un millón de mexicanos en la llamada. Y con tal de reducir el número de inmigrante­s y tratar de revertir la diversific­ación de la población, el Gobierno de Trump ha iniciado una campaña que va, incluso, contra niños enfermos.

En los momentos de mayor indefensió­n siempre tenemos un recurso disponible: Contar tu propia historia. Jonathan lo hizo y, en el proceso, podría salvarse. Le pregunté a Jonathan qué le pediría a las personas que lo querían deportar. “Que no me maten”, fue su respuesta, brutal y directa. No hay nada más poderoso y conmovedor que la lucha de un niño por su propia vida. En eso sí creo.

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