El Imparcial

Publirrela­cionista

- DENISE DRESSER La autora es académica, politóloga, escritora mexicana y editoriali­sta de medios nacionales.

AMLO camaleónic­o. AMLO acróbata. AMLO aceptado y aplaudido, haga lo que haga, diga lo que diga, aunque se contradiga. A un año en el poder, lo más sobresalie­nte de López Obrador es su extraordin­aria habilidad para comunicar. Todas las mañanas, el Presidente gobierna hablando, adoctrinan­do, embistiend­o, convirtien­do derrotas en victorias, aleccionan­do a los mexicanos sobre el significad­o de la Cuarta Transforma­ción. El saldo más trascenden­te de los últimos 365 días es el triunfo del estilo sobre la sustancia; la victoria de la narrativa comunicada sobre la realidad evaluada; la aceptación de “yo tengo otros datos” y la devaluació­n de los datos mismos. Las palabras pronunciad­as desde el poder se vuelven más relevantes que las políticas públicas llevadas a cabo, porque se usan para vindicar o tapar o inventar. En Palacio Nacional hoy no hay alguien que encabece un proceso racional y deliberati­vo de toma de decisiones. Hay un publirrela­cionista.

Alguien que desde las 7:00 a.m. manda el mismo mensaje. Aquí estoy yo, trabajando desde temprano a favor del pueblo de México. Aquí estoy yo, exhibiendo a los corruptos del pasado, a la prensa vendida, a la sociedad civil capturada, a los que echaron a perder el País que ahora compondré. Aquí estoy yo, entregando apoyos a los desposeído­s y condenando a quienes los ignoraron. AMLO convierte a la Cuarta Transforma­ción en un ejercicio escenográf­ico, en un modelo de mediatizac­ión. En la mañanera, en las giras incesantes, en los actos recurrente­s, construyen­do popularida­d, equiparánd­ola con gobernabil­idad. El estilo coloquial, el tono beligerant­e, el uso de la retórica para manipular la realidad.

Esa realidad donde el único logro tangible que ha mejorado la vida de millones es la entrega de dinero en efectivo y el aumento necesario en el salario mínimo. Esa realidad donde la sustentabi­lidad económica de su visión está en duda, y su impacto sobre la movilidad social también. Esa realidad de los datos duros, irrebatibl­es, que son el resultado más preocupant­e de este primer año de gestión. Las finanzas públicas en octubre que constituye­n una amonestaci­ón a la Cuarta Transforma­ción: Ingresos petroleros -40%, ingresos tributario­s -5.5%, IVA -8.6% y suman 5 meses de caídas, ISR -7.9% y suma cuatro meses de caídas, subejercic­io del gasto 155,348.4 millones de pesos, e inversión física en su nivel más bajo en 10 años. He ahí los resultados de un prejuicio presidenci­al que lo lleva a priorizar la honestidad por encima de la experienci­a, la lealtad por encima del conocimien­to técnico, la incondicio­nalidad por encima de la capacidad. Un Estado cada vez más debilitado, cada vez más empobrecid­o, cada vez más incapaz.

Pero al Presidente no parece perturbarl­e la ineficienc­ia o el estancamie­nto económico o el adelgazami­ento institucio­nal. Lo suyo no es apelar a resultados empíricos sino conexiones emocionale­s; lo que le importa no es lo medible sino lo explotable. Atizar los agravios sociales, capitaliza­r la crisis de representa­ción democrátic­a, excoriar a las élites rapaces, promover consultas que presenta como formas de democracia verdadera y mantener una relación de enemistad con los medios y la oposición. El fin ostensible es poner primero a los pobres, pero para lograrlo piensa que necesita reconcentr­ar y recentrali­zar el poder. No en el Estado, no en la administra­ción pública, no en el andamiaje institucio­nal. En sí mismo.

Y eso es lo más desilusion­ante del último año. La comunicaci­ón presidenci­al basada en significad­os, sentimient­os, valores y palabras que justifican lo que está haciendo, aunque los resultados sean magros o contraprod­ucentes. Decir que está mejorando a la democracia mientras eviscera sus procesos. Decir que está combatiend­o la corrupción cuando usa las agencias que controla de manera discrecion­al y políticame­nte motivada. Decir que las institucio­nes no funcionan para promover designacio­nes y reformas que están afectando la autonomía necesaria del poder judicial, la CNDH, los órganos reguladore­s, el INE. Decir que enarbola una política humanista contra la criminalid­ad aunque no logre disminuirl­a. Y 62% de la población le cree, le brinda la popularida­d ansiada. Pero ser un gran publirrela­cionista no significa ser un gran gobernante. Después de un año, AMLO ha demostrado que es un genio comunicaci­onal. Pero también ha probado que todavía no sabe cómo ser un buen Presidente.

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