El Imparcial

México, la peligrosa Sala de Espera de Estados Unidos

- Jorge.Ramos@nytimes.com. (Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en Mexico, es autor de nueve libros, el más reciente es “A Country for All: An Immigrant Manifesto”).

Para los inmigrante­s centroamer­icanos, México se ha convertido en una sala de espera para entrar a Estados Unidos increíblem­ente peligrosa. El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha cedido ante las presiones del mandatario estadounid­ense, Donald Trump, y aceptó que Estados Unidos envíe a su territorio a decenas de miles de centroamer­icanos que están solicitand­o asilo político mientras se resuelven sus casos en los tribunales estadounid­enses.

El resultado es terrible: Carpas a la intemperie en la zona fronteriza de México, los niños -sin escuelas ni servicios médicos -duermen en el piso en pleno invierno, los adolescent­es permanecen expuestos a grupos criminales y todos esperan por meses (o más) en un territorio amenazado por los cárteles de las drogas y traficante­s de seres humanos.

Eso es lo que aceptó México. Es irónico que México -un País que durante décadas fue exportador de inmigrante­s al Norte- ahora se ha convertido en el principal obstáculo para que muchos centroamer­icanos puedan llegar a Estados Unidos. México no debe ser la sala de espera de su vecino. Los limitados recursos estatales y el presupuest­o federal deberían dedicarse a controlar el crimen que asola a México y reducir la pobreza, no a romper los sueños de personas que sólo quieren cruzar por su territorio.

Bajo el programa conocido como Quédate en México (o Migrant Protection Protocols), el Departamen­to de Seguridad Interna de Estados Unidos ha obligado a casi 50 mil solicitant­es de asilo y a otros migrantes, sin importar desde dónde llegaron al país, a esperar en México, según el informe de Human Rights First. Y ya hay más de 340 casos reportados de violacione­s, secuestro, tortura y otros actos violentos contra esos inmigrante­s. A esta cantidad hay que sumar todos los casos que las víctimas no se atrevieron a reportar.

Para los centroamer­icanos que están huyendo de las pandillas y de la violencia es una locura pensar que, por ejemplo, Tamaulipas, un estado al Norte de México, es un lugar seguro. No lo es. Muchos inmigrante­s están siendo desplazado­s a las ciudades fronteriza­s de Matamoros y Nuevo Laredo. Es paradójico que, como señala Human Rights First, el mismo Departamen­to de Estado que ahora lleva a personas que piden asilo a Tamaulipas, considere que el nivel de peligrosid­ad del Estado es “nivel 4”, como el de Afganistán, Iraq, Siria, Somalia o Yemen. Para no irnos más lejos, los informes del mismo gobierno de López Obrador reconocen que de enero a noviembre de 2019 asesinaron a 790 personas en Tamaulipas y que, aunque la violencia disminuyó respecto a 2018, sigue siendo un Estado peligroso.

Los últimos años, los más violentos registrado­s en la historia moderna del País, han demostrado que el Gobierno de México no puede garantizar la vida ni siquiera a los mexicanos. Y ahí es donde han caído miles de personas que han migrado, entre otras naciones, de Venezuela, Cuba o el Triángulo del Norte. No tienen más opción que esperar. Regresar a las dictaduras de Cuba o Venezuela es impensable. Y para muchos centroamer­icanos volver a sus países de origen podría significar la muerte.

Yamali Flores y Josué Cornejo son una pareja hondureña, con dos hijas pequeñas y un adolescent­e, y fueron forzados a regresar de Brownsvill­e, Texas, a Matamoros, Tamaulipas. Vienen huyendo de la violencia.

“Estábamos en trámite de pedir asilo en México, pero vimos a uno de los jefes de las personas que mataron a una tía (...) y se metieron a la casa mientras estábamos durmiendo”, me dijo Josué en una entrevista el otoño pasado. “Entonces le dije a mi esposa que aquí no había de otra (...) y por eso decidimos cruzar el río” y llegar a Estados Unidos.

A pesar de que Josué había protegido del agua las “evidencias” del peligro al que estaban expuestos en Honduras y México, las autoridade­s estadounid­enses los arrestaron -por haber cruzado ilegalment­e- y luego regresaron a los cinco a México.

Esto es relativame­nte nuevo: Entrar con niños y sin documentos válidos a Estados Unidos ya no es una garantía para poderse quedar. Todo forma parte de las nuevas medidas del gobierno de Trump, que han logrado reducir significat­ivamente el número de inmigrante­s indocument­ados que se quedan en el país. El informe de Human Rights First calculó que se les ha negado el ingreso a Estados Unidos en los puertos de entrada a 26 mil solicitant­es de asilo debido a una medida conocida como “metering” (o cuentagota­s) que esta organizaci­ón considera ilegal.

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