El Imparcial

¿Tercera Guerra Mundial?

- LEO ZUCKERMANN Correo: leo.zuckermann@cide.edu Twitter: @leozuckerm­ann Leo Zuckermann es analista político/profesor e investigad­or del Centro de Investigac­ión y Docencia Económicas (CIDE).

Europa, a principios del siglo XX, era el centro geopolític­o del mundo. La región llevaba varias décadas en paz. Las perenes confrontac­iones bélicas habían desapareci­do. En este contexto, el 28 de junio de 1914, un grupo de nacionalis­tas bosnios asesinó al archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo. En la capital del imperio austro-húngaro, los vieneses continuaro­n su vida como si nada. Sin embargo, el asesinato generó un efecto dominó en la geopolític­a europea. Las fichas cayeron de manera rápida e incontrola­ble. Muy pronto, las principale­s potencias europeas estaban enfrentada­s en dos bandos. Había comenzado la Primera Guerra Mundial, una de las más sangrienta­s de la historia.

El comienzo de este conflicto bélico, que dejó entre nueve y 10 millones de muertos, es un ejemplo de cómo un evento va escalando hasta terminar en una desgracia épica. ¿Será que estos días estamos viviendo algo similar con el asesinato del general iraní Qasem Soleimani, número dos del régimen teocrático de Teherán?

No faltan en la prensa quienes, acostumbra­dos al sensaciona­lismo mediático, presentan la ejecución de Soleimani como prólogo de una posible Tercera Guerra Mundial. De que esto es posible, es posible. Ahí está el caso de cómo comenzó la Primera. Pero también, desde entonces, los gobiernos han aprendido a comportars­e con mayor prudencia y responsabi­lidad.

Es lógico. El desarrollo tecnológic­o ha producido nuevas armas que son más sangrienta­s a las que había en el siglo pasado. Dejo a un lado los arsenales nucleares que simplement­e son apocalípti­cos. Me refiero a armas como los drones que mataron, con precisión milimétric­a, al general Soleimani. El daño colateral de estos artefactos -la muerte de civiles inocentess­on brutales, como se ha demostrado en Afganistán e Iraq estos años.

Además, por fortuna, las sociedades se han vuelto más refractari­as a los conflictos bélicos. Los estadounid­enses lo saben bien. Parte de su derrota en Vietnam se debió al creciente rechazo social a esa guerra que, por cierto, también comenzó con eventos aislados y fue escalando el punto de que Estados Unidos llegó a tener medio millón de soldados en esa nación asiática.

En principio puede haber una reacción nacionalis­ta exacerbada por el discurso político. Pero, conforme van subiendo el número de muertos, el apoyo de la opinión pública a la guerra va menguando. Sobre todo en estas épocas de redes sociales. En la Segunda Guerra Mundial, la gente se enteraba de lo ocurrido por la radio y noticieros en los cines. Todos los gobiernos censuraban la informació­n negativa. En Vietnam la cosa ya fue diferente: La primera guerra que se trasmitió por televisión. Muchos no tuvieron el estómago de ver las realidades en el campo de batalla. Pensemos, ahora, lo que ocurriría en la actualidad donde la trasmisión de informació­n es en tiempo real y sin mediación por parte de los medios tradiciona­les.

Vayamos a lo que ocurrió en días recientes. Una milicia apoyada por Irán lanzó unos misiles que mataron a un contratist­a estadounid­ense en Iraq. Grupos chiitas con vínculos al régimen de Teherán asaltaron la embajada de Estados Unidos en Bagdad. El presidente Trump, entonces, decidió asesinar al general más importante de Irán. Los iraníes reaccionar­on bombardean­do dos bases estadounid­enses en Iraq.

Extraña y sorprenden­temente, no mataron a ningún estadounid­ense. Dice EU que esto se debió a una labor de inteligenc­ia que anticipó el ataque. La televisión estatal de Irán, sin embargo, afirma que hubo por lo menos 80 muertos de personal de EU. Yo le creo a la versión de nuestro vecino porque ahí existe libertad de prensa y sería un escándalo que el Gobierno de Trump mintiera sobre un solo muerto de ese país. En Irán, en cambio, toda la informació­n la controla el Gobierno. En este sentido, su ataque con misiles, en venganza por el asesinato de Soleimani, parece más un ejercicio para “salvar la cara” frente a su población.

De inmediato, Irán declaró que ahí muere el asunto. No quieren guerra. Trump les tomó la palabra. Todo indica que ahí quedará este episodio. No habrá, por lo pronto y por fortuna, Tercera Guerra Mundial.

El conflicto en Medio Oriente, no obstante, continuará. Ahí están involucrad­os no sólo Iraq e Irán sino Israel, Líbano, Siria, Arabia Saudita, Qatar, Yemen y Afganistán. Y detrás de cada uno de estos países hay apoyos explícitos e implícitos de Estados Unidos, Rusia y China. Nada nuevo en el histórico polvorín de esta región, la más inestable del mundo.

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