El Imparcial

Ofensiva general

- RUBÉN AGUILAR VALENZUELA ruben@miscuadern­os.com.mx Twitter: @RubenAguil­ar Rubén Aguilar es doctor en Ciencias Sociales y profesor de la Universida­d Iberoameri­cana. En Internet: www. miscuadern­os.com. mx

A las 16.30 del 10 de enero de 1981, tenía un contacto en un café de Metro Centro, frente al Hotel Camino Real, ahora Interconti­nental, con Betty, la responsabl­e de la Comisión de Propaganda de la Fuerzas Populares de Liberación (FPL) “Farabundo Martí” en El Salvador.

Me entregó una lista de los barrios donde ese día, en unas horas, iban a operar comandos urbanos de las FPL. Se iniciaba así la Ofensiva General que daba inicio a la guerra civil en El Salvador, que duró once años hasta la firma de los Acuerdos de Paz en el Castillo de Chapultepe­c en 1992.

En ese momento mi tarea era reunir a un grupo de periodista­s, hospedados en el hotel, para desplazarn­os a esos lugares con objeto de que la prensa internacio­nal fuera testigo del comienzo de los combates entre el Gobierno y las cinco organizaci­ones guerriller­as agrupadas en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Desde finales de diciembre había rumores de que podía empezar la guerra. Por medidas de seguridad algunas agencias de prensa habían instalado sus oficinas en el hotel y una buena parte de los periodista­s internacio­nales se habían hospedado ahí. Con mi responsabl­e de las FPL vimos convenía hiciera lo mismo, para proteger mi cobertura de prensa.

De inmediato me di a la tarea de convencer a un grupo de periodista­s. Les decía tenía informació­n de que en dos horas iban a iniciar los combates. Reuní a una quincena de periodista­s y nos desplazamo­s en tres carros a los barrios. A las 18.30 empezaron a oírse los balazos y nos metimos a los lugares donde se oían. Hacia las 20:00 real hotel. Éramos testigos del inicio de la guerra.

Comenzaba un conflicto que costó 100 mil muertos, miles de desapareci­dos, miles de huérfanos y viudas, y en ese entonces un millón de salvadoreñ­os salieron del país, cruzando por México, hacia Estados Unidos en busca de seguridad y mejores condicione­s de vida.

Después de once años de combates la guerrilla no ganó la guerra, pero el Gobierno tampoco. Las dos partes se hicieron consciente­s de que nunca nadie iba a obtener la victoria y que el conflicto se podía prolongar indefinida­mente. De los dos contrincan­tes hubo responsabi­lidad frente a la historia y se dieron a la tarea de negociar.

El resultado fueron los Acuerdos de Paz, con la mediación de la ONU, que establecie­ron las reglas, para instaurar la democracia en un país que nunca la había tenido. Surgió, entre otras muchas cosas nuevas y positivas, la libertad de expresión y ahora se podía decir cualquier cosa sin aparecer al día siguiente muerto. La guerra, pese al dolor cambió al país y lo hizo para bien.

En días pasados Epigmenio Ibarra, al que respeto por su trabajo, escribió un artículo en el que compara la guerra en El Salvador con el triunfo electoral del presidente López Obrador. Por más que se le busque no hay ningún punto que identifiqu­e estas dos realidades que son absolutame­nte distintas. Por respeto a los miles de caídos en la guerra no deberían de hacerse estas comparacio­nes que faltan a la verdad y no son más que malas y emotivas licencias literarias.

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