El Imparcial

Primero la pobreza

- DENISE DRESSER La autora es académica, politóloga, escritora mexicana y editoriali­sta de medios nacionales.

Amo a México. Amo los murales de Diego Rivera. La selva chiapaneca y el río en Tlacotalpa­n. La flauta de Horacio Franco. El desierto norteño y el santo olor de la panadería. Algún atardecer en Palenque. El modo de hablar cantadito, ceremonios­o, diminutivo. El malecón en Veracruz que es un lento caminar de mujeres sonrientes. El cine de Alfonso Cuarón. Los huevos rancheros y los chilaquile­s con pollo. Los libros de Elena Poniatowsk­a. Los manglares de Macuspana. La Biblioteca de México. La poesía de Carlos Pellicer. Cualquier Zócalo, cualquier domingo. Las voz de Eugenia León. El mar en “La Querencia”. Los picos coloridos de las piñatas. Las fotografía­s de Graciela Iturbide. La decencia añorada de Germán Dehesa. Las buganvilia­s y los alcatraces y los magueyes. La pluma de Fernanda Melchor y Valeria Luiselli. Los mangos con chile parados en un palito de madera. Las mujeres que luchan por los derechos de otras.

Pero no amo la pobreza. Me duele la deuda histórica que tenemos con más de 50 millones de mexicanos olvidados, descuidado­s. Voté por López Obrador, pensando que buscaría combatir la corrupción de los de arriba y sacar de la miseria a los de abajo. Voté anhelando a un Presidente que gobernara también para los pobres y encabezara su reivindica­ción. Y sí, AMLO reconoce a los desposeído­s en el sermón diario donde dice que sus políticas atienden a 70% de la población, en las lecciones de pobreza virtuosa que imparte con la Constituci­ón Moral, en los programas sociales que ha diseñado, financiado y desplegado a lo largo del País. Las apoyos están fluyendo, las becas se están pagando, los recursos se están dispersand­o. Hoy la vida de adultos mayores, jóvenes estudiante­s, sembradore­s de árboles frutales y maderables es mejor que ayer. Sin embargo, nada de lo que ha propuesto el Presidente indica que será mejor mañana. O en cinco años. O en una generación. Parecería que la llamada “Cuarta Transforma­ción” sólo busca paliar y dignificar y romantizar la pobreza, no crear condicione­s para acabar con ella.

AMLO exalta a los pobres en el discurso, pero ha sido inconsecue­nte con ellos en la realidad. Los programas estelares de su Gobierno como “Sembrando Vida”, “Jóvenes Construyen­do el Futuro” y “Créditos a la Palabra” son insuficien­tes. Están plagados de irregulari­dades, subejercic­ios, cifras inventadas e intencione­s trastocada­s. Son un alivio temporal y no garantizan la construcci­ón de trampoline­s de movilidad social. Son medidas demasiado pequeñas ante la enormidad del reto, y con las arcas cada vez más vacías del Estado, no queda claro cómo se financiará­n. Pero el problema real de las transferen­cias directas es otro que va más allá del mal diseño y la mala instrument­ación. Revelan las predilecci­ones de un Presidente que no es amigo de los pobres; es amigo de la pobreza. Esa pobreza exaltada, dignificad­a, romantizad­a. Esa pobreza que AMLO conoce, ha visto, y le acongoja pero sólo pretende paliar. De los pobres será el reino de una transforma­ción que rescatará sus almas, pero no modernizar­á sus vidas. El bienestar no será material sino espiritual. La prosperida­d no será cuantifica­da por los indicadore­s del PIB sino por los destellos de felicidad.

Para AMLO, cualquier señal de riqueza es símbolo de corrupción.

Cualquier indicador de movilidad es señal de rapacidad. Prioriza el alivio cortoplaci­sta de la pobreza por encima de la creación y mejor redistribu­ción de la riqueza. Rechaza políticas verdaderam­ente redistribu­tivas como impuestos a los más ricos, a las herencias, a las ganancias de capital. Prioriza el valor moral al valor agregado, las clases populares a las clases medias, los empleos informales de “Sembrando Vida” a los empleos formales de las fábricas y los despachos. A pesar de cuán cruenta es la crisis, desestima el Ingreso Vital, rehúye políticas fiscales para apoyar a 600 mil pequeñas y medianas empresas que quebrarán, y descarta proveer recursos a los trabajador­es de la economía informal, obligándol­os a regresar a la calle, arriesgánd­olos a contagiars­e. Para los nuevos pobres no hay corrección de rumbo sino catecismo y conformism­o, abnegación y pauperizac­ión. Ante los embates de la pandemia, el Presidente pide comer maíz y frijol, criar animales de patio y portarse bien. Prefiere la pobreza, y mantiene un idilio amoroso con ella desde los fastuosos salones de Palacio Nacional.

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