La despedida de Gabo
“Un día te despiertas y eres viejo. Así no más, sin aviso. Es abrumador”. Rodrigo García, citando a su padre, Gabriel García Márquez
“De esta no salimos”, le pronosticó Mercedes a su hijo Rodrigo. “No come y no se quiere levantar. Ya no es el mismo”. El escritor Gabriel García Márquez, o Gabo, como es conocido casi universalmente, llevaba dos días en la cama por lo que más tarde se diagnosticó como una neumonía. Era el preludio de su muerte.
Cuando uno creía que ya no se podía leer ni saber nada más del Nobel de literatura colombiano -quien murió en CDMX en 2014 a los 87 años- de pronto llegó a mis manos el extraordinario libro del cineasta Rodrigo García, uno de los dos hijos del escritor. Gabo y Mercedes: Una despedida es un libro hermoso y durísimo a la vez, lleno de amor y de anécdotas que sólo puede contar alguien que estuvo muy cerca.
Este recuento doloroso sobre la muerte de su padre también es una crónica del fallecimiento de su madre, Mercedes Barcha, quien fue crucial en la vida y obra de Gabo.
“Mercedes ha quedado regada en todos mis libros”, dijo alguna vez el escritor. Y ahora, su hijo relata el proceso de pérdida de ambos. Al final es, como dice el título, la despedida de un hijo a sus padres. Durante los meses de una pandemia, lleno de duelos y pérdidas, este libro es también una forma de consuelo, de hacer las paces con la despedida.
Una vez los conocí a los dos. Fue en 2004, en una conferencia de periodistas en Los Cabos, México. Los encontré desayunando en el restaurante del hotel donde se realizaría el evento, me presenté y él me dijo: “Ven, siéntate aquí, a ver si así dejan de molestar”. Se refería a todas las personas que, como yo, paraban a saludar al gran escritor. Sospeché que a Mercedes no le cayó nada bien que me sentara con ellos. Pero aguanté su mirada desaprobatoria y pasamos más de una hora conversando; un poco de periodismo, algo de literatura y hasta de Fidel Castro. “Los que hablan de política son Mercedes y Fidel”, me dijo García Márquez. Y desinteresado con el rumbo de la plática, no dijo más. Pero esos momentos, para mí, fueron de absoluto realismo mágico. Jamás en mi vida me habría imaginado que iba a desayunar con el creador de Macondo, esa ciudad monumental de la literatura mundial. Al terminar el café, caminé con ellos hasta la entrada del evento y luego los perdí para siempre.
La despedida de Rodrigo es, de alguna forma, una manera de recuperarlos, él y todos los demás.
Rodrigo tomó apuntes mientras su padre moría. Escribió con una honestidad y desconsuelo desbordados. Y hasta con cierta pena. “Me aterra la idea de tomar apuntes, me avergüenzo mientras los escribo, me decepciono cuando los reviso”, escribe Rodrigo. “Lo que hace al asunto emocionalmente turbulento es el hecho de que mi padre sea una persona famosa. Más allá de la necesidad de escribir, en el fondo puede acecharme la tentación de promover mi propia fama en la era de la vulgaridad”. Pero al final cede. “El tema lo elige a uno”.
Una de las partes más dolorosas del libro es cuando el escritor va perdiendo la memoria. Debido a la demencia deja de escribir y de reconocer a sus hijos -“¿Quiénes son esas personas en la habitación de al lado?”y hasta a Mercedes: “¿Por qué está aquí esa mujer dando órdenes y manejando la casa si no es nada mía?”.
Esta paulatina pérdida de la memoria debió haber sido particularmente cruel para quien aseguraba que todo lo que escribía estaba basado en la realidad. “La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico”, dijo alguna vez a la prensa.
El momento de la muerte del escritor es narrada por Rodrigo, un guionista y director de cine, con abrumadora precisión y sin ningún efecto dramático. Es lo que es. Nos describe cómo ocurre y da la sensación de que estamos ahí, junto a él, frente a la cama donde yace García Márquez. Y la escena de la incineración es particularmente fuerte. “La imagen del cuerpo de mi padre entrando al horno crematorio es alucinante y anestésica”, reconoce Rodrigo. “Sigue siendo la imagen más indescifrable de mi vida”.
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