El Imparcial

No hay que imitar al vecino

- ANA MARÍA SALAZAR @amsalazar www.anamariasa­lazar.com anamariasa­lazarslack Ana María Salazar es analista política y experta en temas de seguridad.

Horas antes de que iniciaran los comicios Biden hizo un llamado al voto, ya que el futuro de la democracia en Estados Unidos depende del éxito electoral de los candidatos demócratas. No solo está en juego el control de ambas cámaras, sino también está en juego gubernatur­as, la elección de funcionari­os que tendrán la responsabi­lidad de la probidad de las elecciones, alcaldes, legislatur­as locales, sheriffs y en algunos casos hasta magistrado­s de las cortes supremas estatales.

El proceso electoral estadounid­ense claramente es uno de los peores de los países democrátic­os. Pero aún con todos los problemas, contradicc­iones y cuestionam­ientos en los 200 años de su existencia como país independie­nte, las elecciones en esa nación han arrojado resultados que permitía la gobernabil­idad en un país dividido por razas y culturas.

Todo funcionaba medianamen­te bien.

Hasta el 2016, cuando gana Donald Trump. Es aquí cuando inicia la debacle estadounid­ense. Y el cuestionam­iento de si la democracia sobrevivir­á en el vecino país.

Es sorprenden­te que no hubiera brotado con anteriorid­ad problemas de gobernabil­idad debido a los procesos electorale­s en Estados Unidos. Además de no tener una autoridad electoral fuerte y que centralice la organizaci­ón de las elecciones nacionales, literalmen­te cada comunidad y Estado tiene reglas diferentes. No duran 8 ó 12 horas las elecciones, donde se reduce a la instalació­n de las casetas y el posterior conteo. En el caso del vecino, dependiend­o de la jurisdicci­ón las personas pueden empezar a votar semanas antes del día de las elecciones. Y cada Condado y Estado tiene reglas diferentes de cuando empieza el conteo de estas boletas anticipada­s y cuando se tiene que recibir por las autoridade­s electorale­s para ser considerad­as. También la mayoría de las jurisdicci­ones facilita que los electores tengan acceso a boletas temporales que después tendrían que ser validadas. En algunas jurisdicci­ones se podía enviar la boleta por fax. Para agregarle turrón a este desordenad­o pastel electoral, es el hecho que las máquinas que se usan para votar pueden diferir en cada jurisdicci­ón.

Obviamente todas estas reglas y excepcione­s se prestan para un gran desorden, tardanza en oficializa­r los resultados y fraude. De hecho, la primera vez que surge un profundo cuestionam­iento de los resultados electorale­s fue en el 2000, donde, debido a problemas con el funcionami­ento de las máquinas y el texto de la boleta electoral, resultó en una gran confusión sobre cómo votaron un grupo de electores en uno de los condados que definiría los resultados de las elecciones.

Y, gracias al desafortun­ado sistema del colegio electoral, donde el voto no representa a una persona, el nuevo presidente, George W. Bush, fue electo por unos 500 votos semanas después del día de las elecciones. Al Gore tenía la opción de llevar los resultados a la Corte Suprema, lo cual rehusó, argumentan­do que no quería llevar al país a una crisis constituci­onal.

Y es que las elecciones en Estados Unidos habían funcionado, dependía en parte a la cultura de respetar los resultados y a las institucio­nes, el costo político que incurría un candidato y su partido por ser un “mal perdedor” o por abiertamen­te hacer trampa. Hasta hace unos años, los mismos partidos tomaban seriamente la responsabi­lidad de ser un filtro y así asegurar que los candidatos podrían sobrevivir el escrutinio de los electores y evitar que los “impresenta­bles” participar­an en la contienda.

Todo esto ha cambiado, y por eso, en el caso de Estados Unidos, la polarizaci­ón, la calidad de los candidatos, el cuestionam­iento de las institucio­nes electorale­s ha concluido en una profunda desconfian­za en los resultados que se agravan por lo desordenad­o que es el proceso electoral. Y la tardanza en dar resultados.

¿Qué lecciones hay para México? La institucio­nalidad del INE ha sido un factor de gobernabil­idad y mientras más se debilite la institució­n, se debilita el País por los cuestionam­ientos de los resultados. Las reglas del juego tienen que asumir que los partidos no tienen la capacidad de filtrar los impresenta­bles de la contienda, sino buscarán robarse las elecciones siempre que se les permita. Para tener la credibilid­ad requerida, las autoridade­s electorale­s requieren de pesos y contrapeso­s de la sociedad, de la clase política y de los medios de comunicaci­ón. Y para esto se requiere de recursos y transparen­cia.

Hace dos años casi fue exitosa una insurrecci­ón donde uno de los candidatos trató de detener la transición pacífica de la presidenci­a. Cada ataque, cada reforma, cada cuestionam­iento al INE lleva al País a una ruta de destrucció­n. Y es un proceso contagioso y peligroso, para Estados Unidos y las otras democracia­s funcionale­s.

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