Ímpetu destructivo
La vida electoral mexicana tiene un largo registro, las personalidades seductoras y el caudillismo han calado hondo y se han convertido en una rémora que venimos arrastrando desde lejos. A inicios del siglo pasado un mexicano cuestionó la costumbre imperante, dando los últimos trazos en la estampa del antiguo régimen.
Escribió un libro donde cuestionaba el estilo de gobernar y la importancia de la elección de 1910, creó un partido político moderno, introdujo un ideario disruptivo enarbolando una frase que podría parecer creada por propagandistas modernos: Sufragio efectivo, no reelección.
Inició una gira nacional, la que lo convertiría en el primer candidato recorriendo la Nación, además acompañado de su esposa -algo inusitado para aquellos días-, viajaría llevando su propuesta y provocando una vertiginosa lucha, inaugurando nuevas formas.
Francisco I. Madero fue el primer candidato en campaña nacional. En un país de caudillos y traiciones, de golpes militares y guerras civiles, la idea de una democracia representativa como sistema de Gobierno se consideraba una extravagancia.
Madero fue un innovador en muchos sentidos, la palabra democracia va unida a su proyecto, intentó gobernar a una nación anclada en otro siglo, no se le perdonó el éxito y murió asesinado en febrero de 1913.
Luego vendrán una suma de partidos y contiendas, rebeliones y asesinatos y será hasta 1929, que se crea un partido que aglutina a todas las corrientes derivadas de la Revolución: El PNR. En 1939 emergerá el primer partido de oposición al Gobierno revolucionario: El PAN.
Se intentará influir con figuras opositoras, primero el almazanismo luego el henriquismo, la fortaleza del partido oficial será avasalladora y su organización muy eficaz. Juan Andrew Almazán y Miguel Henríquez Guzmán eran militares y no dejaban de ser desprendimientos de aquella Revolución.
En los cincuenta, la fuerza de aquel orden irá neutralizando las aspiraciones democráticas y partidarias, pero también dará espacios a demandas para lograr una apariencia progresista, el civilismo y el voto de la mujer como ejemplo.
La ciudadanía intercambiará su alejamiento político por una mejoría económica en sus clases medias, se va excluyendo de la vida nacional la demanda de democracia e inoculando la creencia que la población la seguía considerando una rareza.
En los años sesenta estalla la crisis, el tajo abierto del 68 sangra profusamente. Al iniciar la década de los setenta con muestras de insatisfacción y presencia de lucha subversiva se abren pequeñas rendijas, las primeras posiciones legislativas opositoras se conquistan, en algunas capitales habían conocido a la oposición, pero la presencia en las cámaras era impostergable.
En la elección del 1976 el candidato gubernamental hace el recorrido triunfal escenificando una campaña electoral -no era una contienda entre aspirantes y propuestas-, el ungido viajaba solo y sin competencia, fue una exaltación del mandato con abundante confeti, retórica y algo de esperanzas.
En 1977 se instrumenta una reforma política, la presidencia como institución concentradora de las demandas nacionales venía resquebrajándose. Vendrán años difíciles y la demanda democrática aumenta.
Fraudes, tragedias e insatisfacción abonan a la desconfianza y no será hasta casi final del siglo XX que se logra un organismo autónomo para realizar elecciones, el IFE. El método hegemónico dejó de existir.
El año 2000 será la conclusión de un siglo de desilusiones y desprecio por la democracia; se fortalecen las contiendas, se multiplican las ofertas y se cumple finalmente aquello: Sufragio efectivo, no reelección. Hoy el ímpetu vengativo y destructivo de Morena y López Obrador amenaza logros, acompañado -para vergüenza de sus partidarios-, de quienes encabezaban aquellos fraudes. No ignoremos el pasado, no traicionemos el futuro, defendamos nuestra democracia y al INE.