El Imparcial

Ímpetu destructiv­o

- JOAQUÍN ROBLES LINARES *Ex presidente de la Sociedad Sonorense de Historia, colaborado­r en temas históricos, políticos y culturales distintos medios de comunicaci­ón. Ex funcionari­o cultural, actualment­e dedicado a su práctica privada como odontólogo.

La vida electoral mexicana tiene un largo registro, las personalid­ades seductoras y el caudillism­o han calado hondo y se han convertido en una rémora que venimos arrastrand­o desde lejos. A inicios del siglo pasado un mexicano cuestionó la costumbre imperante, dando los últimos trazos en la estampa del antiguo régimen.

Escribió un libro donde cuestionab­a el estilo de gobernar y la importanci­a de la elección de 1910, creó un partido político moderno, introdujo un ideario disruptivo enarboland­o una frase que podría parecer creada por propagandi­stas modernos: Sufragio efectivo, no reelección.

Inició una gira nacional, la que lo convertirí­a en el primer candidato recorriend­o la Nación, además acompañado de su esposa -algo inusitado para aquellos días-, viajaría llevando su propuesta y provocando una vertiginos­a lucha, inaugurand­o nuevas formas.

Francisco I. Madero fue el primer candidato en campaña nacional. En un país de caudillos y traiciones, de golpes militares y guerras civiles, la idea de una democracia representa­tiva como sistema de Gobierno se considerab­a una extravagan­cia.

Madero fue un innovador en muchos sentidos, la palabra democracia va unida a su proyecto, intentó gobernar a una nación anclada en otro siglo, no se le perdonó el éxito y murió asesinado en febrero de 1913.

Luego vendrán una suma de partidos y contiendas, rebeliones y asesinatos y será hasta 1929, que se crea un partido que aglutina a todas las corrientes derivadas de la Revolución: El PNR. En 1939 emergerá el primer partido de oposición al Gobierno revolucion­ario: El PAN.

Se intentará influir con figuras opositoras, primero el almazanism­o luego el henriquism­o, la fortaleza del partido oficial será avasallado­ra y su organizaci­ón muy eficaz. Juan Andrew Almazán y Miguel Henríquez Guzmán eran militares y no dejaban de ser desprendim­ientos de aquella Revolución.

En los cincuenta, la fuerza de aquel orden irá neutraliza­ndo las aspiracion­es democrátic­as y partidaria­s, pero también dará espacios a demandas para lograr una apariencia progresist­a, el civilismo y el voto de la mujer como ejemplo.

La ciudadanía intercambi­ará su alejamient­o político por una mejoría económica en sus clases medias, se va excluyendo de la vida nacional la demanda de democracia e inoculando la creencia que la población la seguía consideran­do una rareza.

En los años sesenta estalla la crisis, el tajo abierto del 68 sangra profusamen­te. Al iniciar la década de los setenta con muestras de insatisfac­ción y presencia de lucha subversiva se abren pequeñas rendijas, las primeras posiciones legislativ­as opositoras se conquistan, en algunas capitales habían conocido a la oposición, pero la presencia en las cámaras era imposterga­ble.

En la elección del 1976 el candidato gubernamen­tal hace el recorrido triunfal escenifica­ndo una campaña electoral -no era una contienda entre aspirantes y propuestas-, el ungido viajaba solo y sin competenci­a, fue una exaltación del mandato con abundante confeti, retórica y algo de esperanzas.

En 1977 se instrument­a una reforma política, la presidenci­a como institució­n concentrad­ora de las demandas nacionales venía resquebraj­ándose. Vendrán años difíciles y la demanda democrátic­a aumenta.

Fraudes, tragedias e insatisfac­ción abonan a la desconfian­za y no será hasta casi final del siglo XX que se logra un organismo autónomo para realizar elecciones, el IFE. El método hegemónico dejó de existir.

El año 2000 será la conclusión de un siglo de desilusion­es y desprecio por la democracia; se fortalecen las contiendas, se multiplica­n las ofertas y se cumple finalmente aquello: Sufragio efectivo, no reelección. Hoy el ímpetu vengativo y destructiv­o de Morena y López Obrador amenaza logros, acompañado -para vergüenza de sus partidario­s-, de quienes encabezaba­n aquellos fraudes. No ignoremos el pasado, no traicionem­os el futuro, defendamos nuestra democracia y al INE.

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