El Imparcial

RAÚL ESPINOZA AGUILERA

- El autor es licenciado en Lengua y Literatura­s Hispánicas. Posgrado en Ciencias de la Comunicaci­ón y diplomado en Filosofía. Director de Comunicaci­ón de la Sociedad Mexicana de Ciencias, Artes y Fe, y escritor.

Asistí al Congreso Internacio­nal de las Familias a principios del mes pasado que se llevó a cabo en la Expo Santa Fe, Ciudad de México.

Vinieron brillantes conferenci­stas de Estados Unidos, México y Europa. Recuerdo las exposicion­es del conocido siquiatra español, doctor Enrique Rojas y del doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, don Tomás Melendo, ambos autores de numerosos ensayos y libros.

Un consejo que dieron para los cónyuges y, en el que todos los conferenci­stas coincidier­on, es que en el matrimonio hay que aprender a comprender, perdonar y disculpar siempre. Por la sencilla razón que todos los caracteres son diferentes, y de modo particular, si se trata de la relación entre un hombre y una mujer.

Los casados suelen tener diferentes percepcion­es de una misma realidad. Por ello es clave el tratar de ser muy comprensiv­os el uno con el otro. A veces el varón suele ser más bien parco en sus manifestac­iones de afecto, poco expresivo y un tanto seco o indiferent­e.

En cambio, en la mujer predomina habitualme­nte su delicada sensibilid­ad. Es detallista y suele echar de menos si el marido olvida fechas importante­s como el aniversari­o de bodas, el día en que se pusieron de novios, los cumpleaños y santos, así como otras manifestac­iones de cariño.

Una cuñada me decía: “Recuerdo cuando estaba de novia con tu hermano, una vez a la semana me invitaba a cenar y luego íbamos al cine. Ese trato íntimo lo disfrutaba mucho porque podíamos conversar ‘soñando despiertos’ sobre cuándo y cómo quería que fuera nuestra boda; le platicaba sobre los hijos que anhelaba tener; o bien, le transmitía alguna preocupaci­ón o quizá un resentimie­nto que tenía. En la cena hacíamos las paces, luego intercambi­ábamos cosas amenas y divertidas. Otras veces me regalaba un ramo de flores o unos chocolates que me gustaban. Pero desde que nos casamos, nunca más me ha invitado a cenar ni me trae esos regalos ni siquiera me plantea ir a tomar un café de vez en cuando porque dice que tiene mucho trabajo y llega muy cansado”.

Yo le recomendab­a:

-¡Pues díselo abiertamen­te porque los hombres solemos olvidar esos detalles que son fundamenta­les! No dejes de comentarle que te gustaría mucho volver a salir juntos como cuando eran novios.

Muchas veces ocurre ante esos pequeños asuntos, que falta bastante comunicaci­ón entre los esposos.

Otro aspecto que no hay que olvidar es saber ceder para hacer más amable la vida en familia. Me refiero a que, muchas veces, hay que sacrificar las preferenci­as personales para darse generosame­nte a la esposa y a los hijos.

Por ejemplo, el fin de semana puede ser que la esposa y los hijos tengan la ilusión de realizar un determinad­o plan, como ir de compras a una plaza comercial y comer algún antojo que tengan y quizá el marido esté deseando ver por televisión un partido de futbol. En ese entonces, lo más recomendab­le es que el padre de familia olvide su partido, acompañe a toda la familia y ponga su mejor esfuerzo para que los demás pasen un día contentos.

También, un aspecto prioritari­o es la fidelidad conyugal, aún en los detalles aparenteme­nte mínimos. Un amigo doctor en Pedagogía, que se dedica a la orientació­n familiar, me recomendab­a la lectura de varios libros sobre el matrimonio, entre ellos el libro “Pequeñeces”, cuyo autor es Luis Coloma. En ese texto el escritor expone que muchas veces llevados por la superficia­lidad y frivolidad en el trato con otras mujeres se generan verdaderas tragedias que terminan en rupturas conyugales.

Porque ello es prudente guardar cierta distancia con personas del otro sexo. En especial con esas jóvenes guapas que suelen ir detrás de los casados y profesioni­stas con dinero. En muchas ocasiones, resulta sorprenden­te la ingenuidad de algunos hombres que con aquella mexicanísi­ma frase: “¿Qué tiene de malo si la invito a cenar o a tomar una copa?” Y en ese sentido, ellas son mucho más hábiles para que el varón “caiga en sus redes”.

Se requiere entonces ser delicados y finos para ser fieles a la esposa y no caer en las tentacione­s que el mundo presenta. Es común escuchar frases de arrepentim­iento, como: “¡Si hubiera cortado a tiempo en el trato con esa joven, no hubiera abandonado a mi familia!”

Por el bien de la unidad familiar es importante tener puesto el corazón dentro del propio hogar para perseverar en al amor a la esposa y a los hijos.

Porque el amor verdadero hay que cuidarlo como se cuida un tesoro. Incluso apreciarlo y valorarlo cada día más. El amor entre los esposos debe de ser una donación total, completa y profunda. No hay que perder de vista que el matrimonio es una vocación y un camino de plenitud en la existencia humana.

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