El Imparcial

Monumentos al dispendio y estupidez burocrátic­as

- Leo Zuckermann es analista político / periodista y conductor de un programa de opinión en televisión. LEO ZUCKERMANN leo.zuckermann@cide.edu @leozuckerm­ann

Mucho se ha escrito sobre el calvario de viajar por el Aeropuerto Internacio­nal de la Ciudad de México. Sí, cada vez está peor. Como usuario frecuente de esta terminal aérea, principalm­ente por razones laborales, lo puedo afirmar sin duda alguna. Hoy agrego a la lista de pesadumbre­s habituales el paso por migración cuando se arriba de un vuelo internacio­nal, en particular el fracaso de nuestro Estado para utilizar tecnología que simplifiqu­e la vida a los pasajeros.

Durante el sexenio de Peña colocaron en el centro de la sala de Migración de la Terminal Dos unas mamparas. Algo estaban construyen­do. Obvio, se tardaron una eternidad y, cuando finalmente se descubrió que habían colocado, eran unas máquinas automatiza­das para realizar por ahí los trámites migratorio­s. México se unía, así, a los aeropuerto­s más modernos del mundo donde ya era posible pasar más rápido gracias a la tecnología. Lo celebré. Duró nada la fiesta.

La primera vez que llegué del extranjero y vi que ya estaban funcionand­o las máquinas, quise utilizarla­s para agilizar mi salida. Huelga decir que, como suele suceder, había una cola kilométric­a para pasar migración en los módulos con agentes del INM.

Orondo, llegué a una de las máquinas y saqué mi pasaporte. Un joven me preguntó que estaba haciendo. “Pues quiero pasar por aquí”, le respondí con un gesto de obviedad. “Está bien ¬-me replicó- pero la máquina le va a dar un papel y luego se tiene que volver a formar para enseñársel­o al oficial migratorio”. “¿Entonces de qué sirve pasar por acá?”, pregunté con incredulid­ad. “Pues eso depende de usted”, sentenció el joven cual filósofo kantiano.

Evidenteme­nte no usé la máquina y me formé en la larga fila para hacer el trámite a la antigüita. La nueva tecnología no servía de nada. Al revés, era redundante y estorbaba al ocupar gran parte del salón migratorio. Siendo mexicano, imposible no pensar que alguien en el Gobierno peñista hizo un negociazo con estos aparatos inservible­s.

Ahí se quedaron durante años. Monumentos al dispendio y la estupidez burocrátic­as. Hasta que este sexenio, las retiraron. Supongo que las vendieron como chatarra. Regresamos, así, a las colas para una atención personaliz­ada. Y, aunque hay muchas casetas de control, en general hay poco personal durante horas pico en que llegan varios vuelos internacio­nales. Sí, se hacen largas colas. Por fortuna, la de mexicanos es más corta. Siempre me imagino qué han de pensar los extranjero­s cuya primera experienci­a en territorio nacional es perder tanto tiempo haciendo fila (lo mismo que pienso yo cuando me pasa eso en Estados Unidos, es decir, miento madres del vecino del Norte).

Con la novedad que el Gobierno de la 4T ha puesto seis nuevas máquinas automatiza­das en la T2. Las pantallas gigantes en la sala migratoria enseñan una y otra vez el procedimie­nto para pasar rápido a mexicanos, estadounid­enses y canadiense­s. Todo se hace a través de reconocimi­ento facial a partir del pasaporte. Una maravilla…salvo que no sirven.

No funcionaba­n la primera vez que quise utilizarla­s. Había un técnico arreglándo­las. “Bueno –penséestar­án calibrándo­las”. Al parecer no pudieron. Esta semana llegué del extranjero en un vuelo de madrugada. Había una enorme cola para pasar migración. Y las máquinas nuevas…cerradas. Eso sí, seguían enseñando el video de cómo usarlas para tener un trámite expedito. No pude más que pensar que eran un monumento perfecto de la 4T: Pura propaganda sin resultados concretos.

Por cierto, el víacrucis migratorio en el AICM es similar en la Terminal Uno.

En otros países, ya es común la tecnología del reconocimi­ento facial con el fin de librar el control migratorio. Creo, incluso, que las máquinas tienen más capacidad de detectar a un individuo cuyo rostro no coincide con el del pasaporte que los agentes migratorio­s que llevan horas aburriéndo­se haciendo una y otra vez el mismo procedimie­nto. Ni qué decir que a las máquinas no se les puede sobornar en caso que un delincuent­e traiga un pasaporte falso.

Para salir a nuestra Patria todavía hay que pasar por el control aduanero. Ahí también la burocracia va cambiando según sus humores. Hay veces que es muy sencillo caminando por el pasillo de “nada que declarar”. Pero hay ocasiones en que todos tienen que meter su equipaje a unas incómodas y lentas máquinas para comprobar, supongo, que el pasajero no trae una bazuca como si éstas no entraran a México por vía terrestre. En ese modo estamos ahorita. Mi única esperanza es que el humor burocrátic­o cambie y vuelvan a retirar estas máquinas que, obvio, también producen una larga fila que hay que librar después de la de migración.

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