El Imparcial

JORGE RAMOS

- Jorge.Ramos@nytimes.com Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en México, es autor de nueve libros, el más reciente es “A Country for All: An Immigrant Manifesto”.

Los infiltrado­s en la democracia estadounid­ense

Las democracia­s mueren por dentro. Casi siempre. No se defendiero­n lo suficiente o se les permitió a elementos extremista­s violar la ley y crecer sin límites o contrapeso­s. Las institucio­nes se debilitaro­n y cuando la gente reaccionó, ya era demasiado tarde: Tenían a un tirano mandando.

Hay muchos ejemplos de democracia­s que colapsaron, como la de Chile con la llegada de Augusto Pinochet al poder o la de Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Estas democracia­s no eran perfectas, pero lograron elegir legítimame­nte a sus presidente­s. Sin embargo, no pudieron controlar las fuertes corrientes autoritari­as dentro del sistema -los militares en Chile y el chavismo radical en Venezuela- y con el tiempo, o incluso de manera abrupta, la democracia se esfumó.

En un solo día, con un golpe de Estado en septiembre de 1973, Chile pasó de ser una democracia dirigida por un Presidente elegido con el voto popular a una dictadura militar liderada por un general y una junta castrense. El caso de Venezuela fue más bien paulatino pero constante y, en el lapso de sólo dos décadas, el país se transformó en una dictadura con tintes cleptocrát­icos.

La lección: Las democracia­s, aunque pueden parecer estables, son frágiles. No las podemos dar por sentado.

En 2017, el Centro Pew contó 96 democracia­s entre 167 países con una población superior al medio millón. Así que actualment­e hay muchas más naciones con sistemas democrátic­os que las que había a fines de la Segunda Guerra Mundial. Pero no cantemos victoria: La expansión democrátic­a por el mundo no es sinónimo de permanenci­a. Hasta una democracia sólida con más de dos siglos de existencia, como la de Estados Unidos, está en riesgo.

Hoy quiero escribir sobre eso.

Es un error gravísimo no tomar en serio a Donald Trump, quien busca un nuevo mandato presidenci­al en 2024. Su “gran mentira” -como se le conoce a la teoría de que él, y no Joe Biden, ganó la elección presidenci­al de 2020es un serio peligro para la democracia estadounid­ense. La mayoría de los republican­os -alrededor del 70%, según varias encuestas- cree en la mentira de Trump. Pero lo más grave es que, en este momento, hay muchos políticos y congresist­as en Washington que piensan lo mismo.

Son los infiltrado­s.

Al menos 220 republican­os que manifestar­on dudas sobre los resultados de las elecciones presidenci­ales en 2020 ganaron en las votaciones de 2022 en sus candidatur­as para ser gobernador­es, secretario­s de Estado, fiscales, senadores y congresist­as, según el conteo de The New York Times. Este es un ejército de escépticos de la democracia.

Y esos mismos funcionari­os que cuestionar­on el triunfo electoral de Biden o que, incluso, se negaron a reconocer legalmente su victoria -en inglés se les coDespués

como “election deniers”- ahora ocupan puestos con influencia política real. CNN informó que 11 de los 17 comités de la Cámara de Representa­ntes, ahora controlada por el Partido Republican­o, serán liderados por políticos que votaron por rechazar el triunfo de Biden en la pasada elección presidenci­al.

Dentro del Congreso en Washington ya hay una semilla antidemocr­ática.

Esto quiere decir que Estados Unidos, una de las democracia­s más poderosas y longevas de la historia, tiene dentro de su estructura de Gobierno a cientos de personas que no creen en uno de los principios más básicos de la democracia -la confianza en el sistema electoral- o que, sencillame­nte, se niegan a aceptar que su candidato perdió. Esto es muy delicado. En un momento de crisis, ¿cómo van a votar y a actuar estos políticos? ¿Van a defender la democracia estadounid­ense o a Trump?

Los malos ejemplos se copian. Así como Trump se negó a reconocer su derrota en 2020, Solomon Peña, un candidato republican­o que contendía para ocupar un lugar en el Congreso estatal de Nuevo México, también se rehusó a reconocer el triunfo de su oponente demócrata en las elecciones de noviembre. Peña -un partidario de Trump- perdió contundent­emente esa elección: Obtuvo 26% del voto y su oponente, el 74%.

Pero Peña fue más allá que Trump. De acuerdo con las acusacione­s de la Policía de Albuquerqu­e, Peña orquestó una serie de ataques con armas contra las casas de sus rivales políticos. Hoy está detenido y enfrenta 14 cargos criminales.

El mal ejemplo antidemocr­ático también llegó a Brasil. El pasado 8 de enero miles de personas invadieron el Congreso, el Supremo Tribunal Federal y las oficinas presidenci­ales en Brasilia en un fallido intento por sacar del poder al recién instituido mandatario Luiz Inácio Lula da Silva. Hubo muchos daños materiales y la Policía encargada de proteger las instalacio­nes fue fácilmente doblegada por los manifestan­tes. Afortunada­mente, los militares brasileños no hicieron caso a los llamados de insurrecci­ón y de golpe de Estado.

La insurrecci­ón en Brasil fue muy similar a la que protagoniz­aron miles de seguidores de Trump en el Capitolio en Washington el 6 de enero de 2021. En este, varias personas murieron y muchos de los manifestan­tes querían que Trump se mantuviera en la presidenci­a. No lo lograron. Pero este episodio dejó al descubiert­o la vulnerabil­idad de la democracia estadounid­ense. La conclusión de una larga investigac­ión del Congreso fue: “Ninguno de los eventos del 6 de enero pudo ocurrir sin él”, refiriéndo­se a Trump. Y, a pesar de la amenaza que representa para el sistema democrátic­o de Estados Unidos, Trump está, una vez más, buscando la presidenci­a.

Esto demuestra que ninguna democracia está permanente­mente a salvo.

“Podríamos caer en la tentación de pensar que nuestro legado democrátic­o nos protege automática­mente de tales amenazas”, escribió Timothy Snyder en su libro Sobre la tiranía. “Se trata de un reflejo equivocado”.

La democracia estadounid­ense ha sido infiltrada. Ya estamos advertidos. Nadie podrá decir que no sabía.

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