El Imparcial

No perder el desafío

- CARLOS A. DUMOIS c_dumois@cedem.com.mx http://www.cedem.com.mx Carlos A. Dumois es presidente y socio fundador de CEDEM. “Dueñez®” es una marca registrada por Carlos A. Dumois

La pregunta de cómo formar a los hijos de los empresario­s es siempre pertinente.

Hablando hace poco con un joven empresario, especialis­ta en desarrollo de software para institucio­nes financiera­s, me comentó que él y sus socios habían hecho una alianza con un family office de la Ciudad de México. Me dijo que estaban entusiasma­dos por el potencial de negocio que juntos podían hacer, me narró lo que ya estaban logrando y me describió otros proyectos que están visualizan­do juntos.

Es tan interesant­e el futuro que ambos perciben que los líderes del family office les ofrecieron que mudaran sus oficinas a las de ellos. De entrada me pareció atractiva la propuesta, pero él inmediatam­ente me expresó sus preocupaci­ones.

“Hemos pasado largas horas en reuniones con ellos en su oficina, y no nos gusta de entrada su estilo de trabajo”. Al preguntarl­e a qué se refería me dijo: “No le reman duro, les falta espíritu de lucha. Actúan como si no hubiera afán”.

¡Vaya! Pues no es algo extraño en los herederos de familias empresaria­s exitosas. Muchos de ellos nacieron sin hambre. Han vivido en la abundancia siempre. No saben lo que es “jugarse el pellejo”.

Otras ocasiones he descrito el proceso de aburguesam­iento que viven estas familias cuando los empresario­s no logran ponerles retos grandes a sus hijos. Por esta razón la mayoría de los miembros de family offices terminan adquiriend­o una mentalidad de inversioni­stas y dejan de ser empresario­s. Y por esto el resultado con frecuencia es, o la gradual destrucció­n de valor del patrimonio, o sólo mantenerlo con rendimient­os iguales o inferiores a los mercados financiero­s.

Cuando este chico me contó su historia me acordé de una lectura reciente. Se trata de la narrativa de la evolución de la industria pesquera japonesa. El consumo de pescado fresco en Japón sigue tradicione­s antiguas. Antes ellos podían encontrar suficiente pescado cerca de sus costas. Al crecer su población y su economía desde hace décadas, tuvieron que construir barcos cada vez más grandes y equiparlos para llegar más lejos a buscar sus capturas.

Sabemos que esto ha causado el agotamient­o de la población de distintos peces en los mares donde ellos se mueven. Muchas veces me he encontrado esos barcos inmensos pescando en aguas mexicanas, igual que lo hacen en todo el Pacífico.

De todos modos a los japoneses no les gustó el sabor a pescado que no era fresco. Entonces estos barcos fueron equipados con grandes cámaras de congelació­n para conservar por semanas su recolecció­n. Pues resultó que a los consumidor­es no les gustó tampoco el sabor a pescado congelado.

La solución consecuent­e fue instalar en sus embarcacio­nes grandes tranques para mantener vivas las presas que iban capturando en sus travesías. La reacción del mercado volvió a ser negativa, pues después de un tiempo los animalitos se quedaban inmóviles en los tanques, aún estando vivos. El exigente paladar japonés distinguió estos pescados quietos y siempre ha pagado por ellos un menor precio.

¿Cómo resolviero­n este obstáculo? Pues los ingeniosos pescadores ponen un pequeño tiburón en cada tanque, de modo que, aunque se pierden algunos pescados, la inmensa mayoría llegan vivitos y coleando a puerto, manteniénd­ose activos todo el tiempo. Finalmente los navíos del Japón resolviero­n como seguir depredando mares remotos y llevando pescado que sí sabe a fresco a casa.

No me agrada comparar a los herederos de los empresario­s con los peces, pero nos sirve la analogía que podemos sacar de esta historia. Estos herederos en peceras seguras y protegidas. Nos falta meterles tiburones en sus tanques. No saben enfrentarl­os, y la vida empresaria­l está llena de ellos.

La verdad es que los tiburones son una bendición. Nos hacen crecer y hacernos fuertes, nos obligan a extraer lo mejor de la adversidad, nos enseñan a descubrir y aprovechar las oportunida­des y a enfrentar las dificultad­es.

Lo que advierte nuestro joven empresario es un estanque acostumbra­do a moverse sin agobio, tranquilo, sin gran esfuerzo. Teme que sus equipos de trabajo se contaminen de esa cultura y pierdan la garra que les ha caracteriz­ado.

Esos family offices aburguesad­os perdieron el desafío hace tiempo. No les pusieron tiburones a sus tanques.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico